Imágenes de tiempo y distancia
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Construyendo un adulto: fotograma 5
Lara estaba a punto de cumplir trece años y, hasta entonces, había sido capaz de navegar sus días sin que nadie advirtiera que, dentro de ella, algo funcionaba de manera distinta a los demás.
Era consciente de que sus intereses diferían de los de sus compañeros de clase, pero lo que ese fin de semana la tenía preocupada era algo en lo que nunca había tenido la necesidad de reparar: sus emociones.
¿Quién hacía eso? No podía imaginarse a nadie sentado en el sofá mirando al techo preguntándose: “¿Qué siento?”. Le parecía una pérdida de tiempo. Preciosos minutos, horas que podría dedicarlas a la investigación científica.
Su profesora de ciencias adoraba a Lara. Era una alumna tan dedicada y brillante; con unos conocimientos en biogenética por encima del nivel universitario. Estaba tan deslumbrada por el talento de su pupila que había contactado a la Asociación Española de Genética Humana para que permitieran a Lara atender sus conferencias.
Su interés por las ciencias había motivado a la niña a aprender inglés para leer publicaciones científicas internacionales que no habían sido traducidas al español, y la impulsó a adquirir un estilo de redacción impecable en ambos idiomas, que le permitía comunicarse con científicos y apasionados por la genética.
“Ojalá los deberes para mañana fueran de ciencias” pensó. Pero para su desgracia, la tarea era para la asignatura de lengua española y lo que debía entregar era un texto escrito por ella que hablara del dolor después de una pérdida.
Caminó despacio hacia su cuarto y se sentó al escritorio de madera clara dispuesto bajo la ventana. Abrió su libreta de ejercicios y comenzó a trabajar en su tarea aplicando emplear un método que había aprendido en un curso online de task management:
Hizo una lista de todo lo que había perdido: goma del pelo roja, calcetín morado, cochecito del Kinder Sorpresa, un portaminas, horquillas del pelo, goma de borrar.
Lo cierto era que Lara no era de perder cosas. Tenía un sentido estricto de la propiedad privada y se emberrenchinaba cuando alguien cogía sus pertenencias sin consentimiento y, peor aún, las perdía. Para ella, se trataba de una cuestión moral. El lado material de la pérdida no era tan importante, pero sentir que le habían faltado al respeto la crispaba.
Después de elaborar la lista trató de seleccionar solo las cosas que le había dolido perder.
Tras unos instantes se rascó la cabeza con el borrador del lápiz y concluyó para sí misma: “ninguna…”. “¡¿Qué tipo de estúpida tarea es esta?!”, dio un puñetazo en la mesa y se levantó empujando la silla con estruendo. Si de ella dependiera, hubiera tirado el papel a la basura y se habría puesto a leer uno de los últimos artículos online de “The Scientist”: The Misunderstood Proteins of Neurodegeneration.
Sin embargo, no iba a tener más remedio que completar aquella irracional demanda de su profesora de lenguaje. La madre de Lara le había prometido que, si sacaba buenas excelentes notas en todas las asignaturas, irían las dos a Viena para asistir a la European Human Genetics Conference en junio.
Al recordar la promesa de su madre, se obligó a calmarse y a encontrar una solución que la eximiera de escribir sobre sus sentimientos. Para ella, “sentir” equivalía a desear algo, tenía una función práctica.
Decidió que en lo único que se centraría, era en completar aquella tarea a la perfección y a cualquier precio; Viena la esperaba.
Deambular sola por el piso la ayudaba a pensar con más claridad. Lo tenía todo para ella, ya que los jueves su madre trabajaba hasta tarde en la academia de baile.
Intentó traer a su memoria a la persona más sensible que conocía. Fue al entrar al dormitorio de su madre, cuando la imagen se le vino a la cabeza: esbelta, ágil, llena de vitalidad y pasión por lo que hacía: un agujero negro de emociones a la que le resultaba inexplicable tener una hija como Lara: tan distante y poco amiga de los cariños.
En ese momento, recordó la desaparición de su padre y de lo mucho que sufrió su madre con aquello. “Lo he perdido para siempre” la escuchaba decir sin descanso a sus amigas por teléfono, o cara a cara a cualquiera que la visitara. Fue en aquella época baja cuando a su madre le dio por escribir. Lara estaba segura de que había escrito algo acerca de aquella perdida.
Aprovechando que su madre no estaba en casa, revolvió todos los cajones y armarios. Corría eufórica de un lado para otro sin detenerse a ordenar el desbarajuste que estaba generando. Su convencimiento acerca de la existencia de las cuartillas escritas era tan fuerte que no se iba a detener hasta encontrarlas.
Tras dos horas de búsqueda, Lara se arrodilló en el suelo, exhausta, y comenzó a patalear con rabia. Algunas prendas salieron disparadas por la habitación, derribó un perchero de pie de una patada y le dio un puntapié al cajón abierto de una cómoda, con tan mala suerte que el golpe no lo cerró, sino que se mantuvo firme como una roca. Lara creyó que se había partido un dedo del pie del dolor. Se lo agarró con ambas manos desesperada y soltó un grito en medio de una explosión de lágrimas.
Unos momentos después, más calmada pero aún hipando y con lágrimas en las mejillas, se acercó a la cajonera para averiguar qué había sucedido. Una sonrisa se despertó en su cara cuando, al meter la mano, notó una carpeta clasificadora atascada al fondo. Agarro una de las tapas duras y tiró con tal impaciencia que provocó que se abriera. Una de las hojas se desgarró haciendo un ruido que la advirtió de proseguir con más cuidado. Cuando lo tuvo en las manos, sus dedos temblaban como mariposas de la emoción, estaba enrojecida de triunfo.
No tardó en encontrar un escrito adecuado para responder el enunciado del ejercicio. Lo leyó por encima en busca de los principales conceptos: el dolor y la pérdida. Una vez satisfecha lo copió con letra prolija:
Recuerdo la mirada clara,
y el tintineo de tus pupilas
bajo la tela de araña
de tu iris estrellado.
Ahora te sueño
y te beso palmo a palmo,
y me lleno de ti,
porque te extraño,
porque no sano.
Mi corazón, muñón,
miembro inútil
que a golpes de hocino
no siente,
no me llena de sangre,
no vomita mi pena.
Quiere quedarse sin aliento un día
para habitarte.
Tú ya no estás,
y el tiempo ha tallado surcos en mi cuerpo,
pero somos los mismos:
con los mismos sueños,
con los mismos recuerdos del otro.
El mío: tu desdén,
y eso me basta,
porque es tuyo,
porque me ata a la tierra que me alimenta,
porque te mantiene prendido a mi mano,
porque no me permite soltar amarras.
Ni que decir tiene que, en la profesora de lenguaje, afloraron serias dudas acerca de la autoría del escrito, lo cual quedó verificado en la conversación que mantuvo con la madre de su alumna.
Como resultado, y a pesar de considerar injusta la acusación de la maestra, Lara fue castigada sin poder asistir a la European Human Genetics Conference en Viena.
Fiel a su determinación, la niña planeó en secreto atender la conferencia anual online organizada por la universidad de Harvard: Emerging challenges and opportunities in gene editing. Estaba a la espera de ser elegida para formar parte del selecto grupo que podría disfrutar del evento.
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