Desde “lo que sucedió”, Lara había intentado evitar ir a la piscina pública. De aquello hacía más de diez meses y, a pesar del dolor que aún le quemaba por dentro, no se resignaba a pasarse el verano sin disfrutar de aquella agua con olor a cloro que tanto le gustaba.
Lara contemplaba de pie, en el borde de la parte más profunda de la piscina, en la que se creaba un recodo, el agua oscura sin fondo; justo el punto donde sucedió. Lara se consideraba mucho más que una luchadora, desde el último agosto Lara se había hecho invencible: había descubierto que era mortal.
Unas semanas después de “lo que sucedió”, el cáncer de páncreas que le habían detectado a su padre había entrado en la fase final de la enfermedad, y a los tres meses de ingresarlo en el hospital murió. Lara lo visitó cada día, no tanto por amor a su padre como por su pasión científica.
Martín de Mata, padre de Lara, abandonó el hogar familiar cuando ella contaba con siete años y, ahora que la niña se había convertido en una adolescente de catorce, no tenía la autoridad moral para exigirle
ser la niñita de papá. Lo menos que podía hacer por ella era permitir que lo observara, que tomara nota de sus cambios en las constantes vitales, en los fluidos que entraban y salían de su cuerpo. Lara era una recopiladora de datos nata. No solo se ocupaba de acumular información cuantificable, sino que también había ideado un sistema para registrar los cambios graduales en su propia persona, su forma de ver el mundo, la vida y el miedo. ¿Por qué sentíamos miedo?
Desde que se había volcado en aquella tarea, “lo que sucedió” quedó relegado a un segundo plano y tenía la esperanza de que en poco tiempo se esfumara para siempre de su cabeza; y con él “el miedo”.
Ahora estaba allí de pie, enfrentada a aquella agua donde los que nadaban ya no eran niños o niñas, donde “lo que sucedió” parecía estar aún presente.
El Maestro Zen Thích Nhất Hạnh decía en su libro Fear: Essential Wisdom for Getting Through the Storm: “The only way to ease our fear and be truly happy is to acknowledge our fear and look deeply at its source. Instead of trying to escape from our fear, we can invite it up to our awareness and look at it clearly and deeply”.
Lara sabía que algún día moriría, pero mientras ese día llegaba, se negaba a sucumbir a un miedo infligido y que ella nunca buscó. Su padre estaba tan aterrado de su inminente muerte que se privó de disfrutar mientras la enfermedad se lo permitía.
Lara saltó dentro del agua negra con una pesa de cinco kilos en cada mano que había tomado prestadas de su madre, y se prometió no soltar ninguna hasta depositarlas en el fondo de la piscina. Cuando llevaba descendidos tres metros, estuvo a punto de dejarlas caer, pero se mantuvo en control y se demostró que era capaz de tocar fondo, abandonar las pesas con calma, y retornar nadando en vertical los cinco metros que la separaban de la superficie.
Lara era mortal, lo que para ella significaba que no había límites para lo que hiciera entre su nacimiento y su inevitable muerte. El miedo había desaparecido de su vida porque tenía la certeza absoluta de que al final siempre encontraría una manera de escapar.
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