Destacados

Construyendo un adulto: fotograma 9 "Lo que sucedió" (parte 2 de 2)



        Trenzas de boxeadora. 

        Lara decidió que aquel iba a ser el peinado de moda de esa temporada estival. La idea surgió al recordar un verano que pasó con sus padres en un pueblo de la costa andaluza. En aquella época su padre todavía vivía con ella y de vez en cuando, se podían permitir una semana de vacaciones junto a la playa. Por las noches, tarde, después de cenar cuando el calor atizaba con menos fuerza, las familias salían a pasear por el paseo marítimo. Se ponía muy animado, con tenderetes de ropa hippie, sandalias, complementos y un sinfín de objetos que una vez en casa, sacados de su contexto playero, no se usaban para nada.   

        Sin embargo, hubo algo que Lara se llevó con ella y que duró casi un mes en su cabeza. Se trataba de un peinado a base de trencitas pegadas al cuero cabelludo que le había hecho Adaku, una de las mujeres nigerianas que ofrecían peinados para pelo afro.

        Al llegar a su ciudad, lejos de la costa y del olor a playa, muchas niñas de su colegio querían un peinado como el de Lara, pero ninguna de las peluquerías locales sabía cómo hacerlo, ni tampoco tenían tiempo para ello. 

        Así fue como a Lara se le ocurrió la idea para conseguir el dinero que pagaría por sus días de piscina: iba a aprender a hacer trenzas de boxeadora. Una versión mucho menos elaborada que la que Adaku había creado para ella. Iban a ser más prácticas y rápidas de hacer; calculó una hora por cabeza si ofrecía hasta cinco trenzas. El tema del precio prefirió dejarlo para cuando averiguara cuanto estaban dispuestas a pagar aquellas niñas por el codiciado peinado.

        En un par de días aprendió a trenzar a la perfección. Utilizó a sus muñecas Nancy y su Barbie como conejillos de indias, proporcionándoles diferentes versiones de trenzas de boxeadora. Una vez refinada su técnica, se hizo el peinado ella misma con cinco trenzas, lo que resultó más complicado de lo que esperaba, y salió a la calle en busca de Sonia para ir a la piscina. No había mejor estrategia publicitaria que mostrar el efecto de aquel peinado en su propia cabellera. En su bolsa además de lo que solía meter normalmente, había incluido: un cepillo, un peine, horquillas y gomillas finas para el pelo, además del fijador barato que usaba su madre para el pelo. 

        —La verdad, Sonia, ya sé que te gusta mi peinado, pero es que hacértelo a ti va a llevar tiempo… —le comentó Lara a su amiga de camino a la piscina —. Aunque la verdad te iba a quedar muy cute.

        No había nada más codiciado que aquello que resultaba difícil de conseguir.

        —¿Ves? Si es que me lo tienes que hacer, mira que pelo más largo y gordo, toca, toca —Sonia le ofreció un mechón a Lara.

        Lara actuó como si aquello no la impresionara.

        —mmm, sí, ya veo. Pero no sé yo si me merece la pena… —Lara se ajustó las gafas de sol.

        De repente Sonia pensó que tenía una oportunidad para convencerla.

        —¿Qué puedo hacer para que te merezca la pena? 

        Se detuvo y sujetó a Lara por los hombros mirándola a los ojos. 

        —Te lo digo en serio, te pago. ¿Cuánto quieres? 

        Lara simuló no dejarse impresionar por la propuesta y bufó con falsa impaciencia. 

        —¿Tres euros? Te invito a la piscina. ¿Qué te parece? —sugirió Sonia con excitación. 

        —mmm…—Lara le acarició el pelo —es un poco largo, no sé… —continuó presionando a su amiga. Quería medir los límites que podía alcanzar.

        —¡Cinco euros!

        —De acuerdo, vamos, siéntate en ese banco —dijo señalando un pequeño espacio ajardinado en la acera. 

        Después de Sonia, Lara tuvo muchas más clientas, y como buena business person, comenzó a ofrecer ofertas: descuento del 50% si la chica traía a una amiga, tres euros por trenzar melenitas. De esa manera Lara creó un negocio que no solo le permitía pagarse la entrada diaria a la piscina, sino con el que a menudo podía disfrutar de un refresco o un helado. Para finales de agosto, el furor de las trenzas comenzó a decaer, pero para entonces, Lara había acumulado suficiente dinero para disfrutar hasta el cierre de la temporada.


        Las cosas con Khalil iban de maravilla y Lara había comenzado a integrarse en su grupo de amigos, aunque solo durante el tiempo que pasaban en la piscina. 

        —Menudo hype tu business de las trenzas —le comentó Khalid sentándose en la toalla junto a ella —pero te voy a ser sincero —se quitó las gafas de sol y la miró sin filtro —a la que mejor le quedan es a ti.

        El corazón de Lara latía tan fuerte que pensó que el chico podría oirlo. Le temblaban las piernas “menos mal que estoy sentada”, pensó. 

        —Cómo te pasas Khalil —simuló no darse por aludida, no quería levantar sospechas sobre sus sentimientos reales hacia él —, pero gracias por el cumplido. 

        Lara se apoyó de espaldas sobre los codos y miró al cielo con los ojos cerrados, simulando disfrutar de la brisa y no de las palabras del chico, que era en lo que en realidad pensaba. Khalil la imitó y se acercó un poco más a ella. 

        —Qué dura eres —le susurró —no me digas que no te gusto ni un poquito…

        Lara soltó una risita y aunó fuerzas para levantarse sin que el chico notara sus rodillas trémulas y su escote cada vez más sonrojado. A pesar de todo, ella disfrutaba de la intriga, del cosquilleo en el estómago, incluso de sus rodillas de gelatina. Sabía que aquello era un preámbulo, un entrante. Tenían tiempo hasta los postres, su parte favorita del menú. 

        Khalil no sonreía, tenía una expresión de desconcierto y se echaba el pelo rizado y moreno hacia atrás con fingida calma. Al momento se levantó y se unió al grupo de chicos en el que Sonia también estaba. 

        Lara permaneció en el borde de la piscina con los pies en el agua. Unas muchachas se le acercaron y le pidieron que les hiciera uno de sus peinados. A Lara no le apetecía demasiado, pero pensándolo bien no le parecía bien rechazar nuevos ingresos, por lo que al final accedió. Al cabo de casi dos horas, se había embolsado siete euros con cincuenta y disfrutaba de un refrescante baño. Sonia y el resto del grupo se encontraban ahora en el césped, probablemente mirando sus redes sociales y compartiendo imágenes y videos entre ellos. 

        De repente, la amiga de Lara se despegó de la pandilla y se metió en el agua para hablar con Lara.

        —Khalil me ha dicho que le gustas —movía los brazos en círculos horizontales para mantenerse a flote. 

        No era la parte más profunda de la piscina, pero dos metros de fondo eran suficientes como para no hacer pie. 

        —Eso parece —Lara sonrió ante la oportunidad de poder compartir su pasión por el chico con alguien más —esta mañana me ha dicho algo un poco cringe, pero me ha molado. Por supuesto no quiero que él lo sepa —se tapó la nariz para meter la cabeza hacia atrás en el agua. Su pelo lucía liso y brillante con la luz del sol. 

        —Yo tampoco hubiera querido que él lo supiera. Mi primo tiene a media ciudad enamorada de él. Si te echas encima, no te va a hacer ni caso. 

        Nadamos hasta el bordillo para descansar los brazos. 

        —Y parece que tu estrategia ha tenido efecto —prosiguió Sonia —porque quiere quedar contigo hoy antes de que cierren la piscina, cuando nos hayamos marchado todos. Quiere verte a solas.

        —mmm, vaya con Khalid… —Lara se sintió halagada y poderosa al mismo tiempo, orgullosa de que su postura hubiera surtido el efecto deseado —Pues vale, pero ¿por qué no ha venido él a decírmelo?

        Sonia se encogió de hombros y torció la boca. Lara se quedó pensativa mirándola. No estaba segura de si aquello le gustaba, ¿era Khalid un cobarde? A pesar de sus dudas, estaba dispuesta a darle una oportunidad. 

        —¿Dónde te ha dicho que quedemos? —Preguntó Lara.

        —Allí, en el césped dónde la piscina hace esquina —señaló Sonia.

        —¿En la parte honda? ¿Dónde los cinco metros? —. Se puso la mano como visera sobre los ojos.

        —Allí mismo, dice que así es más privado. Dice que quiere verte cuando nos hayamos ido todos, a las ocho y media o así.

        Lara sintió un agradable cosquilleo por todo el cuerpo.

        El día transcurrió tranquilo y sin incidentes, pero con el excitante aderezo para Lara de las miradas cómplices entre ella y Khalid. 

        A medida que se aproximaba el momento, Lara estaba más nerviosa y, cuando finalmente la pandilla desapareció, comenzó a notar que las piernas le temblaban todavía con más intensidad. 

        “¿Dónde está Khalil?” Se preguntó. Eran las nueve menos cuarto y el salvavidas, había dejado su puesto para ir en busca de sus cachivaches para limpiar la piscina. Además de salvavidas y limpia piscinas, trabajaba de camarero de la cafetería Vale los meses de invierno, cuando la piscina estaba cerrada. 

        Lara sacudía el bordillo con impaciencia y dudas con el talón de la chancla. De repente, oyó cuchicheos y risitas a su espalda. Se giró con un movimiento brusco y antes de que pudiera reaccionar, Javi y Nono, los más callados del grupo la empujaron entre risotadas dentro del agua, en la parte honda. 

        —¡¿Qué coño hacéis?! —grataba desesperada atragantándose con el agua clorada —¡¿Dónde está Khalil?!

        —¡Tú te crees que Khalil va a venir a por ti, esta pava flipa! —gritaron Nono a Javi

        Los dos chicos se acercaron al borde de la piscina al que había conseguido agarrarse Lara para tomar aire.

        Javi saltó dentro mientras Nono le sujetaba la cabeza a Lara, ahora con las trenzas de boxeadora deshechas. 

        —Venga date prisa, que va a venir alguien, y luego me toca a mí —le susurró a su amigo en el agua. 

        En ese momento, Lara supo que lo único que podía hacer era esperar a que todo pasara. Después de Nono fue Javi.

        —Vamos coño, que ya sale Fern a limpiar la piscina —le apremió Nono.

        Y después, el silencio. 

        Un desconcierto sordo llenó la negrura de aquella agua manchada de vergüenza, dolor y asco. Lara trató de subir al bordillo de nuevo, le faltaba fuerza en los brazos para elevar su cuerpo roto. Su cara mojada lloraba sin entender. 

        Aturdida y revuelta se sentó un instante para recuperar el aliento, su muslo escupía sangre. Cuando comenzó a caminar con su bolsa al hombro cojeaba, le temblaba el alma. 

        La voz de Fern increpándola despedazó el silencio.

    —¡Trencitas! ¡¿Todavía estás aquí?! ¡Anda y vete a tu casa que algunos todavía tenemos trabajo!


Comentarios