Imágenes de tiempo y distancia
Este es un blog de escritura lleno de mis historias. Buenas y malas, aquí están.
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Curry vs magdalenas
A ver, yo aprecio a Pilar pese a lo que pueda parecer desde fuera. Vale, no te voy a negar que hayamos tenido nuestras diferencias. Pero yo no le deseo ningún mal y me ofende que me preguntes si me alegra verla en la situación en la que se encuentra.
¿Qué no sabes cómo empezaron nuestras rencillas? ¡Y yo que pensaba que esto era de dominio público! Pues te lo voy a contar desde el principio de la manera más objetiva posible, para que seas tú quien juzgue.
Cuando conocí a Pilar yo llevaba poco más de tres años montando cada domingo mi puesto semanal de comida en el mercadillo de la plaza del ayuntamiento del pueblo. Como sabes, a mí el curri me pirra y por eso decidí construir mi pequeño negocio alrededor de él. Montar un negocio es muy duro y debes sentir absoluta devoción por tu producto si quieres que prospere. A lo largo de los años he visto los tenderetes cambiar una y otra vez de arrendatario y mercancía. Hay gente que piensa que un negocio se cuida solo, y eso no es así. Hay que amamantarlo todo el tiempo: que si hoy diversifico la oferta, que si mañana hago un dos por uno. No sé, yo me paso el día inventando nuevas maneras de atraer clientes.
Pilar era la nueva arrendataria del puesto de enfrente. Solo nos separaba una vía estrecha por la que paseaban transeúntes y potenciales clientes. Adivina que vendía: madalenas. ¡Ah no! Perdona, lo que vendía eran cupcakes ¡Menuda estupidez de palabra! Vale, lo siento, voy a intentar ser más objetivo de ahora en adelante.
En fin ¿por dónde iba? Ya, Pilar había decorado el puesto de una manera llamativa, con muchos colores y bandejas de porcelana de esas vintage que se encuentran en las tiendas de segunda mano. Mi sobrino las llama “platos de abuela”. Todas llenas de madalenas multicolores. El tenderete era una monería. Pero lo que más me llamaba la atención era el olor. Su intensidad me hacía toser. Era como respirar en una nube de azúcar. Y claro la gente más atraída por el olfato que por la calidad del producto, se acercaba y compraba ¡Qué flaco favor le estaba haciendo a la seguridad social vendiendo infartos! Perdona, a veces no puedo evitar irritarme. Prometido, esta es la última vez.
Ese hedor…Yo no podía oler ni mi curri. Quizá esto es un poco exagerado, pero te aseguro que mi pituitaria no detectaba otra cosa que no fuera tufo a dulce.
Aquel día apenas vendí nada. La gente gravitaba hacía el puesto de Pilar y hacía caso omiso de mis suculentas variedades de curri. Me sentí apenado al final del día, porque aquella mañana había llegado ilusionado y con el deseo de ver como mi nueva receta de cereza funcionaba entre la clientela; no tuve ocasión de comprobarlo.
Al día siguiente, mientras montábamos nuestros puestos, decidí hablar con Pilar.
— Hola vecina, no nos hemos presentado. Me llamo Hugo, ya me has visto en el puesto con mis curris.
— Hola, yo soy Pilar ¿Cómo va todo vecino?
— Te quería pedir un favor ¿Habría alguna manera de cubrir tus productos con un cristal o alguna otra cosa? Tus dulces tienen una pinta estupenda, pero creo que hay un pequeño “conflicto de aromas” entre ellos y mis curris.
Pilar se quedó callada pero la forma en la que me miró, auguraba una respuesta feroz.
— Entonces te sugiero que cubras tus curris con una tapadera de hierro de quince centímetros de espesor, porque ayer casi me desmayo con su pestilencia.
Como ya habrás adivinado, así empezaron nuestras desavenencias. Yo no estaba dispuesto a dejarme pisotear por una recién llegada que no cree en el dialogo y las buenas formas. Así que decidí enseñarle como se resuelven los desacuerdos entre personas civilizadas. A mí me han inculcado el valor de los buenos modales desde niño.
Después de aquella conversación, mantuvimos las distancias durante días. Hasta que una mañana Pilar me pidió que cuidara de su puesto porque tenía que usar el servicio con urgencia. Imagino que se vio forzada a pedírmelo a mí porque los comerciantes próximos a nuestros tenderetes estaban cuidando de otros puestos.
Aquella era la oportunidad que estaba esperando para apaciguar el olor de sus madalenas. No vayas a pensar que usé nada peligroso para la salud pública. La noche después de la discusión, llené tres botellas de espray con vinagre incoloro y jugo reducido de limón. El mejunje tenía un sabor desagradable y un olor… discreto.
Crucé el carril peatonal que separaba nuestros comercios mientras disparaba mi aerosol en distintas direcciones para pretender que estaba perfumando el aire. Me acerqué al tenderete de Pilar con cautela y, mientras no miraba nadie, exprimí el gatillo de mi aerosol sobre las madalenas. Luego me fui detrás del expositor y cubrí el resto de las existencias con el líquido, regresé a mi negocio con tranquilidad y escondí mi poción bajo la mesa.
Pilar volvió unos minutos después. Estaba un poco pálida y sudorosa. Puedes imaginar que, con ese aspecto, no atraía a demasiada gente. Sin embargo, yo estaba en racha. Mi curri de regaliz se acabó, y el de piña y, bueno, el de cereza fue todo un éxito. Yo miraba de reojo la reacción de asco de algunos clientes al darle el primer bocado a la madalena que habían comprado en el puesto de Pilar. Un par de ellos hicieron el intento de volver al tenderete a protestar, pero creo que la apariencia de Pilar los detuvo; quizá se apiadaron de ella.
Yo no podía esperar a ver los comentarios de la cuenta del mercado en twitter. Tú la conoces: “@mercaplacita”. Por cierto, ya no me disculpo más. No te voy a negar que en su momento me alegrara de lo que pasó. Los tweets dirigidos a Pilar no eran halagadores, sin embargo, los destinados a mí… casi se me saltan las lágrimas de la emoción.
Tras las críticas, Pilar no apareció por el mercado en unos días. Imagino que se estaría recuperando físicamente. Y claro, cuando volvió ya no era lo mismo. La gente la miraba con recelo y no se acercaban a ella. En una gran ciudad es diferente, pero en un pueblo ya se sabe que la gente habla y todo el mundo se conoce. Y luego está twitter… Así que tuvo que cerrar el negocio.
Como sabes yo la estoy ayudando y ella me está inmensamente agradecida. Trabaja de pinche de cocina para mí hasta que encuentre otra cosa y yo le pago lo que puedo. Créeme es un buen arreglo.
Si te preguntas que hay ahora en el espacio que ocupaba Pilar te diré que hay un puesto de marionetas de fieltro. El dueño es simpático pero las caras de algunas de sus creaciones me perturban, quizá le pida que las haga mirar hacia dentro del tenderete.
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