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Construyendo un adulto: fotograma 9 "Lo que sucedió" (parte 2 de 2)

          Trenzas de boxeadora.            Lara decidió que aquel iba a ser el peinado de moda de esa temporada estival. La idea surgió al recordar un verano que pasó con sus padres en un pueblo de la costa andaluza. En aquella época su padre todavía vivía con ella y de vez en cuando, se podían permitir una semana de vacaciones junto a la playa. Por las noches, tarde, después de cenar cuando el calor atizaba con menos fuerza, las familias salían a pasear por el paseo marítimo. Se ponía muy animado, con tenderetes de ropa hippie, sandalias, complementos y un sinfín de objetos que una vez en casa, sacados de su contexto playero, no se usaban para nada.              Sin embargo, hubo algo que Lara se llevó con ella y que duró casi un mes en su cabeza. Se trataba de un peinado a base de trencitas pegadas al cuero cabelludo que le había hecho Adaku, una de las mujeres nigerianas que ofrecían peinados para pelo afro.           Al llegar a su ciudad, lejos de la costa y del olor a playa, much

El banquete


Paloma inspiraba y espiraba sentada en el sofá, cómo había aprendido en los talleres de mindfulness. Trataba de dejar la mente en blanco mientras prestaba atención a su respiración, pero retazos del pasado continuaban colándose y ella los retenía con regodeo. Sabía que debía ignorarlos y, sin embargo, no podía resistirse a reconstruirlos infinitas veces en su cabeza. Después volvía a centrarse por unos segundos en el aire que entraba y salía de su cuerpo. 

El inesperado sonido del timbre de la puerta la sobresaltó. Paloma se apresuró a abrir. 

— He venido lo más pronto que he podido ¿Estás bien? Me dejaste preocupada por teléfono.

— ¡Es un desastre Teresa! ¡Demasiado grande!— dijo Paloma mientras recorrían el largo pasillo hasta el salón.

— ¿El qué es grande? Paloma me…

— Mira. Gigante, brutal. ¡Mírala!

— La mesa…

— La han traído esta mañana. Mira que patas de elefante. Si no cabe en el salón ¡¿Qué narices he comprado yo?! 

— A ver Paloma, no te obsesiones que tampoco está tan mal. Ya te dije… No se sale de una crisis personal comprando una mesa. Además… la podrás devolver ¿no? 

— ¡Yo sí! Yo sí que salgo de mi crisis comprando una mesa. Mañana tenemos cena como me llamo Paloma. 

— Cómo tú veas… Yo me lo tomaría con calma y pospondría la comida hasta que me sintiera mejor. No ha pasado tanto tiempo desde lo de Julián…

— Anda, anda. Ya van dos meses. Estoy mucho mejor… ¿Te hace un cafelito? 

— Siempre.

Al día siguiente, los invitados comenzaron a llegar antes de las siete. Era la primera vez que Paloma hacía de anfitriona desde que se casó y estaba decidida a que la reunión fuera un éxito. Todos ayudaron a preparar la mesa y una vez lista se sentaron a cenar.

— ¿Te importa ponerte en la esquina? — dijo Teresa a una de las invitadas — Es que yo no voy poder salir de ahí si tengo que levantarme.

— ¡Uy! Se tambalea un poco ¿no?— dijo Toño mientras sacudía la mesa — Esto lo arreglo yo. ¡Paloma! Tráeme un cartón del cubo del reciclaje. Perdona Jorge ¿te puedes mover un poco? Estoy apretado aquí pegado a la pared, no me puedo doblar.

Los convidados se levantaron para que Toño calzara la pata. Una vez la mesa estuvo estabilizada, los once invitados se volvieron a sentar y continuaron disfrutando de la comida y la bebida. Paloma se estrujaba el muslo mientras miraba a Toño con severidad. 

Lo había invitado por lástima. Era el único amigo de su marido y creyó que lo correcto era incluirlo. Sin embargo, a Paloma siempre le había parecido que sus comentarios denigraban a las mujeres y que bebía demasiado. 

Alrededor de la mesa, el aire se llenaba de conversaciones que se solapaban. Algunos comensales intercambiaban opiniones sobre la anfitriona. 

— Me  alegra ver a Paloma más animada — le comentó una invitada a Teresa.

— Pues sí. La pobre, sola…Al final Julián estaba sedado todo el tiempo. No sufrió, pero claro… Ella viéndolo así, con lo que él ha sido… ¿Más vino? Yo ya voy por la tercera copa.

— Venga. Este vino portugués está buenísimo. Muy suave. Desde luego que parece que está mejor, me han dicho que se va a la India por tres meses. A ver a un gurú. 

— Perdonad que me meta en vuestra conversación ¿Quién va a ver a un gurú? — interrumpió Toño.

— Pues Paloma — dijo Teresa mirándolo con extrañeza.

— ¡Paloma! ¡¿A dónde vas a ver a un gurú?! — gritó Toño de una punta a otra de la mesa  riendo a carcajadas.

Paloma fijó su mirada en la boca de Toño. Podía ver los dientes violáceos por el vino y los restos de comida aún sin masticar vibrando sobre la lengua floja dentro de aquella caverna grotesca. “¡¿Y a ti que te importa?! ¡Imbécil!” pensó. El resto de los invitados la miraron intrigados en silencio. Paloma se levantó con un movimiento lento y asió el enorme cuchillo de mango de madera que se encontraba junto a la salsera.

— Pues a la India. Ya va siendo hora de conocer mundo — dijo con una sonrisa apretada

Paloma descargó su rabia en silencio rebanando el rollo de carne. Dedicó una cuchillada a cada persona de la cadena de reparto de la tienda de muebles dónde compró la mesa. También decidió que, aunque Toño no tenía nada que ver con aquel establecimiento, una estocada ficticia no iba a llevarla a la cárcel.   

Después del silencio sobrevino el rumor de las conversaciones en corrillo. Amigos y conocidos rellenaron sus vasos y la velada continuó. Paloma había contratado a una empresa de cáterin y dio instrucciones de mantener un flujo generoso de bebida y comida.  

El alcohol ayudó a que el tono de voz del grupo se elevara y a que los invitados se mostraran más distendidos que cuando llegaron. Paloma estaba hablando con Teresa, que se había cambiado de sitio para estar junto a ella, cuando escuchó sin querer la conversación entre dos mujeres. 

— Sí que se ha recuperado pronto Paloma 

— Yo creo que se va con su amante. La verdad, dos meses de duelo…no son ni mucho ni poco, supongo que eso depende de cada uno…

— Ya, pero no se… Esperar un poco…sólo por respeto.

Paloma se pisó el pie con el tacón de aguja mientras pretendía prestar atención a lo que Teresa le contaba. Decidió que necesitaba guarecerse en el baño para hacer unos ejercicios de respiración que la ayudaran a navegar la noche hasta el final. Se agachó y gateó bajo la mesa para evitar que sus invitados se levantaran. Cerró la puerta del aseo, se sentó sobre la tapa del inodoro y cerró los ojos. De repente, un estruendo que provenía del salón la sorprendió. Oyó platos y vasos estrellándose contra el suelo y a algunos invitados gritando. Salió de estampida y se precipitó hacia la estancia.

 Toño estaba tirado en el suelo riendo sin parar. El mantel, lleno de desperdicios, platos y copas rotas cubría parte de su barriga que trepidaba bajo la tela. El servicio de mesa estaba desperdigado por el piso del salón y por la mesa. No había ni una botella en pie y las manchas de vino cubrían suelo, paredes y sofás.

— ¡Su mano! ¡Su mano! ¡Está sangrando! ¡El dedo! ¡El dedo! — dijo uno de los invitados mientras se agachaba a asistirlo con una servilleta para cortar la hemorragia —¡¿Puede alguien llamar a una ambulancia?! 

— ¡Todo esto es por Julián, por su culpa! Toño ¡vete a la mierda! ¿Me oyes? ¡A la mierda!— En ese momento, la voz de Paloma era la única en la habitación. 

— Paloma…creo que te estás…

— ¡¿Que me estoy qué, Teresa?! Dime ¡¿Pasando?! Tú no conocías a Julián. Yo sí. 

Paloma tenía los ojos húmedos y el pelo encrespado. Jadeaba y sudaba. Poco a poco los invitados se excusaron y se marcharon. Teresa los despidió en la puerta y pidió a uno de ellos que llevara a Toño al hospital. 

Teresa regresó al salón y se sentó junto a su amiga. Paloma tenía una expresión relajada y respiraba con más normalidad.

— ¿Qué pasa Paloma? 

— Es muy duro pensar que he desperdiciado treinta años de mi vida— Teresa la miró contrariada— A Julián no le gustaba la gente, ya ves, sólo un amigo: Toño. Ni fiestas ni nada. ¿Nunca te ha extrañado que jamás te invitara a venir?

— Pues…no sé…cada uno…no sé, nunca pensé nada raro…es…

— Teresa, me alegré cuando se acabó. Al principio me sentí mal, pero luego me di cuenta de que ahora mi vida era mía y que, si quería, podía invitar a gente a mi casa…Lo malo es que invité a ese imbécil ¡Era como tener a Julián aquí de nuevo! Yo que se…La mente, que lo mezcla todo.

— La verdad es que llevas razón. Toño es un imbécil. Vaya personaje — Las dos mujeres se rieron — Mira, hoy me quedo a dormir y mañana llamamos a todos y les explicamos. No creo que Toño les cayera muy bien a ellos tampoco. A mí el que me da pena es el pobre hombre que se ha hecho cargo de él — volvieron a reír con la complicidad de una amistad forjada desde la adolescencia— ¡Ah! Y antes de que te vayas a la India devolvemos la mesa y te ayudo a buscar una para cuatro personas.

— Teresa, da igual… ¿Te cuento un secreto? Solo he comprado un billete de ida.


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