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Construyendo un adulto: fotograma 9 "Lo que sucedió" (parte 2 de 2)

          Trenzas de boxeadora.            Lara decidió que aquel iba a ser el peinado de moda de esa temporada estival. La idea surgió al recordar un verano que pasó con sus padres en un pueblo de la costa andaluza. En aquella época su padre todavía vivía con ella y de vez en cuando, se podían permitir una semana de vacaciones junto a la playa. Por las noches, tarde, después de cenar cuando el calor atizaba con menos fuerza, las familias salían a pasear por el paseo marítimo. Se ponía muy animado, con tenderetes de ropa hippie, sandalias, complementos y un sinfín de objetos que una vez en casa, sacados de su contexto playero, no se usaban para nada.              Sin embargo, hubo algo que Lara se llevó con ella y que duró casi un mes en su cabeza. Se trataba de un peinado a base de trencitas pegadas al cuero cabelludo que le había hecho Adaku, una de las mujeres nigerianas que ofrecían peinados para pelo afro.           Al llegar a su ciudad, lejos de la costa y del olor a playa, much

Líneas simples

 




Cuando Carlos y Rita se mudaron a Motril, su sueño de vivir en la costa andaluza se acababa de convertir en realidad. El nuevo piso tenía tres habitaciones y estaba bien iluminado. El salón se abría a un enorme balcón con vistas al mar. Aquel mirador era el escenario perfecto para organizar veladas interminables con amigos. Sin embargo, sólo una reunión se llegó a celebrar.

Carlos estaba entusiasmado con la nueva cocina. En cuanto tuvieron el piso organizado, preparó una dorada a la sal que Rita y él disfrutarían con un Chardonnay en el balcón.

— ¡Que rico está todo Carlos! Cocinar algo tan bueno tiene que traer buena suerte. Que contenta estoy de que me hayas convencido para venir aquí. El mar me da calma…

—  Si, la verdad…me encanta... Y también he notado que estás más tranquila aquí que en Madrid. Además… los vecinos parecen majos.

— ¿Has conocido ya a alguno? — dijo Rita con curiosidad mientras bebía de su copa.

— Si, a los de nuestra planta. Los que viven en la puerta de enfrente…

— ¡Ah sí! ¿una mujer rechoncha y un hombre alto y flacucho?

— Desde luego Rita… vaya manera que tienes de describir a la gente. Son muy simpáticos y los he invitado a cenar el sábado de la semana que viene.

— Te molestas con nada... Estoy encantada de que los invites — A Carlos le irritó el sarcasmo de Rita — Asegúrate de que no tienen ninguna alergia alimentaria ¿Te acuerdas de la fama que nos ganamos en la última casa?

— Preferiría no hablar de eso, y tú sabes por qué — hizo una pausa, tomó la mano de Rita entre las suyas y la miró a los ojos — Por favor, intenta no juzgar a las personas tan deprisa. Por lo menos conócelas primero.

— De acuerdo… — dijo evitando la mirada de Carlos — Piso nuevo, vida nueva.

Durante la semana previa a la cena con sus vecinos, Rita y Carlos se amoldaron despacio a su nuevo ritmo de vida. Carlos estaba entusiasmado con la mejora en el bienestar de ambos y en el impacto positivo que iba a tener en su relación.

El sábado por la mañana, mientras Rita limpiaba la casa, Carlos fue a comprar lo necesario para la cena de aquella noche. Disfrutaba cuando iba al mercado y al super. Le gustaba comparar productos y probar cosas nuevas en la cocina. Aquella noche decidió servir un menú de tres platos que había visto en un canal culinario de YouTube.

Sobre las siete y media de la tarde, la mesa ya estaba lista en el balcón. Rita la había decorado con detalle. El mantel y las servilletas eran de lino blanco, la cubertería de plata y las copas de cristal. Estaba muy ufana de su buen gusto.

— ¿A qué hora les dijiste que vinieran? Estoy pensando que igual enciendo las velas ahora para ver cómo queda el conjunto ¿Cómo decías que se llamaban?

— Les dije que sobre las ocho. No recuerdo sus nombres…err… no pasa nada ya los sabremos cuando vengan.

— Que contraste más espantoso van a hacer esos dos con… — murmuró Rita entre dientes.

— Perdona ¿Qué decías? — En ese momento llamaron a la puerta — Amor ¿puedes abrir?

Rita abrió la puerta y se esforzó por ser cordial con sus invitados. La pareja aparentaba tener alrededor de cuarenta años; la misma edad que Rita y Carlos.

— Hola ¿Qué tal? Pasad, pasad. Soy Rita, la mujer de Carlos. Que vestido…más…florido… — las presentaciones continuaron mientras Rita conducía a los invitados hasta el salón.

— Yo soy Carmen y él es mi novio.

— Jorge

— Estupendo, bueno que bien conoceros. — Carlos apareció en ese momento. Empujaba un carrito con botellas de vino y cerveza — Mira Carlos estos son Carmen y Jorge.

— Hola vecinos ¿Qué hay? A ver ¿Qué os apetece beber?

Los cuatro tomaron vino blanco en las copas de cristal que Rita acababa de traer de la mesa dispuesta en el balcón.

— Que gusto tan exquisito, todo tan blanco… Qué espacio tan limpio, transmite serenidad. Jorge y yo somos más de acumular ¡Venga a llenar la casa de cosas!... ¿Y lo que disfruto luego haciendo limpieza a lo Marie Kondo? — Carmen soltó una carcajada y miró a Jorge que estaba ensimismado y no daba crédito a la decoración de aquella habitación.

— Gracias. Somos de líneas simples. La gente lo llama minimalismo, pero a mí no me gustan las etiquetas. No necesitamos más ¿verdad Carlos?

— Err… Si, si. No hay mucho que limpiar. Todo muy puro.

— No me jo… ¿tampoco tenéis sillas? ¿Ni sofá? — dijo Jorge mientras miraba a su alrededor atónito.

— ¡Ay Jorge! ¿Pero no ves que se acaban de mudar? Ya comprarán más cosas.

— ¡No, esto es todo! La alfombra y punto. No necesitamos más — dijo Rita molesta mientras Carlos bebía de su copa observando la escena — Es difícil de entender para la mayoría de la gente.

— ¿Qué? — dijo Jorge antes de sentir el pellizco de su novia en la espalda.

— Llevas razón. A mí me cuesta entenderlo, pero admiro tu gusto y creo que Jorge piensa lo mismo, pero no lo sale expresarlo ¿Dónde está el baño? Ah, es lo mismo que nuestro piso. Perdonad tengo una urgencia.

—  Bueno, bueno, vamos a la terraza. Jorge ¿te puedo pedir que saques el carrito de las bebidas fuera? traigo la comida en un minuto.

Rita acompañó a Jorge hasta el balcón. Las oscilaciones de las llamas de las velas daban dramatismo a la composición de menaje del hogar que Rita había creado para el deleite visual de sus invitados. No podía dejar de sentir admiración y autocomplacencia por la belleza de aquel bodegón. Jorge la sacó de su trance.

— ¿Dónde nos sentamos? ¿En el suelo? A mí es que se me cansan las piernas si las tengo dobladas mucho rato — Rita lo miró con desprecio.

— Bueno… Es obvio. La mesa es baja y hay una alfombra en el suelo. Y… por el dolor de piernas no te preocupes, luego te doy unas cuantas pastillas de ibuprofeno.

Jorge la miró de reojo y soltó una risotada.

— Me gusta la gente con sentido del humor… Nos vamos a llevar bien. 

Rita lo miró algo confundida, pero gracias a su comentario se relajó y sonrió. En aquel momento Carmen y Carlos aparecieron en el balcón con tres grandes bandejas de pescado y ensalada.    

— ¿Pero qué hacéis todavía de pie? Venga, vamos a sentarnos. Yo sirvo. Rita, amor ¿puedes repartir el vino?

— Yo voy a tomar tinto esta vez — dijo Carmen. Rita miró a Carlos con los ojos muy abiertos — ¿Ocurre algo? Si no tenéis tinto sigo con vino blanco…

— Claro que tenemos vin…

— Vamos a cenar pescado. El vino blanco es para el pescado — se apresuró a decir Rita.

— Hoy podemos hacer una excepción ¿verdad Rita? ¡Estamos de house warming! No pasa nada, son sólo uvas prensadas…


Carlos servía la cena apacible y sonriente mientras mantenía un ojo en su mujer que vertía el vino en las copas con pulso tembloroso. Cuando llegó el turno de servir el tinto a Carmen, la corona de la botella golpeó con suavidad el borde de la copa he hizo que se deslizara de los dedos de su vecina. El vino tinto se derramó sobre el mantel de lino blanco, el vestido de Carmen, y la impoluta ropa de Rita. Se hizo un silencio. Rita empezó a sollozar como una niña con la que se está siendo injusto.

— Rita… no pasa nada…esto se limpia. Carlos ¿tienes bicarbonato y vinagre blanco? — dijo Carmen abrazando a Rita. Carlos asintió con la cabeza y fue a la cocina a buscar los productos.

— ¡No me toques!— dijo Rita deshaciéndose con brusquedad del abrazo de su vecina. — ¡Vino tinto! ¡¿Qué clase de persona sin maneras bebe tinto con pescado?¡ — La cara de Rita estaba húmeda y roja de rabia — no entienden, no entienden, no entienden… — se dijo Rita entre dientes.

Carmen miró con seriedad y preocupación a Carlos que acababa de entrar en el balcón dispuesto a eliminar la mancha del mantel.   

— Carlos, ¿Te parece que lleve a Rita al dormitorio para ayudarla a calmarse y para que se cambie de ropa? — dijo su vecina con un susurro.

Carlos pensó que era buena idea y su mujer siguió a Carmen hasta el dormitorio sin oponer resistencia. Rita se sentó en el colchón dispuesto en el suelo sobre unas tablas mientras Carmen abría el armario pintado de blanco.

— ¡Que armario más holguero! Rita, mira qué suerte tienes: Cinco vestidos más como el que llevas puesto, dos en blanco y tres en negro. Así no tienes que preocuparte si se te estropea alguno ¿Tienes alguna otra prenda?

— No, no necesito más. Tengo seis jerséis iguales, negros y blancos también… pero son para el invierno — Rita se secó las lágrimas. Oír a Carmen la tranquilizaba.

— Pues venga, quítate ese vestido para que le eche bicarbonato y ponte este.

La ropa limpia tuvo un efecto sedativo en Rita y la calma voz de Carmen la invitó a reposar la cabeza sobre la almohada y quedarse dormida. La vecina la cubrió con el edredón blanco y antes de apagar la única luz del dormitorio, miró a Rita con lástima desde la puerta. Después, se dirigió al balcón dónde se encontraban Carlos y Jorge. Se sentó con ellos a la mesa y comenzaron a cenar. Hablaban en susurros.

— Se ha quedado dormida. Carlos, llevabas razón. Rita no está bien ¿era así cuando os conocisteis? Siento pena por los dos. Tu eres el mejor marido que una podría tener — miró a Jorge y le acarició la espalda para que no se sintiera ofendido.

— No… Rita no era así hace diez años. O por lo menos...sus manías no eran tan exageradas. No me lo explico. Sólo ha accedido a ir al médico… se niega a ir al psiquiatra. Antes tomaba pastillas, pero cuando decidimos venir a Motril dejó de tomarlas…no es que las pastillas le hicieran mucho efecto…la verdad…pero la mantenían tranquila.

— Bueno Carlos ya no tienes que preocuparte. Ahora nos haremos cargo nosotros. — dijo Jorge orgulloso de poder ofrecer su ayuda.

— No sabéis como os lo agradezco. Quería daros las gracias de nuevo por haberme avisado cuando este apartamento se quedó libre. No sé lo que habría hecho sin vosotros. Habéis sido un gran apoyo durante estos años y ahora estoy feliz de poder veros.

— Llevas razón… no nos hemos visto desde que empezaste a salir con ella ¿verdad Jorge?

— Es que ella no quería que nos relacionáramos con nadie…bueno ya lo sabéis…todas las veces que hemos hablado por teléfono era la misma historia. No sé si es fobia social o alguna cosa de esas. He mirado por internet, pero no hay nada que lo aclare.

— ¿Rita sabe algo?... Yo no pienso que sospeche de nosotros. No ha cuestionado en ningún momento que la ayudara a calmarse y a cambiarse de ropa.

— No, no… es mejor así. Lo único que le he dicho es que me han ascendido en el trabajo y que voy a tener que viajar más que antes. Y por supuesto no le he dicho nada de vosotros…Como ya sabéis lo acordado sigue en pie. Yo os ingreso el dinero cada mes y vosotros cuidáis de Rita.

— Carlos no te preocupes, los dos estamos cualificados para cuidar a otros. Además, nos gusta. Yo no podría trabajar de enfermera si no me gustara. Sería imposible.

— ¿Entonces cuando te marchas?

— Me esperan en Madrid la semana que viene, han tenido que posponer unas cuantas reuniones por mi culpa…no me siento mal, pero…en fin, eso. Lourdes tiene el piso listo para los dos. Está enterada de todo y lo acepta...por ahora… Tal y como está Rita… sabe que no me puedo divorciar…También sabe que en principio vendré a Motril un fin de semana al mes… ya veremos cómo funciona...

— Ay…Carlos…espero que vaya bien. Todo esto es muy rocambolesco para mí… A mí me gusta la vida tranquila. Aquí con Carmen, bajar al bar, ir a pasear… ya sabes.

— ¡Y a mí Jorge! No te confundas… por eso lo hago…

Se habían descuidado y habían dejado de hablar en voz baja cuando sintieron una presencia. Los tres se giraron y vieron la silueta de Rita al fondo del salón. No sabían cuánto llevaba allí. Ella cruzó la habitación con quietud y se acercó al balcón. Carmen y Jorge estaban muy pálidos y Carlos comenzó a sentir un sudor frio en la cara y en las manos. Sus miradas se cruzaron.

Carlos era el único que entendía lo que pasaba e intentó increpar a Rita, pero apenas podía articular sus palabras. A los quince minutos todo quedó en silencio. Rita tomó su copa de vino y caminó con calma de vuelta al dormitorio.


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