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Construyendo un adulto: fotograma 9 "Lo que sucedió" (parte 2 de 2)

          Trenzas de boxeadora.            Lara decidió que aquel iba a ser el peinado de moda de esa temporada estival. La idea surgió al recordar un verano que pasó con sus padres en un pueblo de la costa andaluza. En aquella época su padre todavía vivía con ella y de vez en cuando, se podían permitir una semana de vacaciones junto a la playa. Por las noches, tarde, después de cenar cuando el calor atizaba con menos fuerza, las familias salían a pasear por el paseo marítimo. Se ponía muy animado, con tenderetes de ropa hippie, sandalias, complementos y un sinfín de objetos que una vez en casa, sacados de su contexto playero, no se usaban para nada.              Sin embargo, hubo algo que Lara se llevó con ella y que duró casi un mes en su cabeza. Se trataba de un peinado a base de trencitas pegadas al cuero cabelludo que le había hecho Adaku, una de las mujeres nigerianas que ofrecían peinados para pelo afro.           Al llegar a su ciudad, lejos de la costa y del olor a playa, much

Cena, amistad y noticias




Eran las seis y media de la tarde y ya llegaba con retraso al restaurante dónde había quedado con mi amigo Ramón ¡Que ganas tenía de contárselo! Llevaba semanas deseando verlo y ahora que yo estaba de visita de fin de semana por Madrid no iba a dejar pasar la oportunidad. Estas cosas no se pueden contar por teléfono. Quería verle la cara, deseaba capturar la microexpresión que revelase el verdadero sentimiento escondido detrás de su respuesta.

Empezaba a hacer frio y me pregunté si caminar hasta el restaurante en lugar de tomar un taxi había sido la decisión correcta. Estaba nervioso, no quería que lo que iba a anunciar aquella tarde fuera el fin de mi amistad con Ramón, aunque estaba dispuesto a aceptar cierto distanciamiento por su parte; al menos por un tiempo.

Ya veía a mi amigo a través de la ventana del restaurante, que nervios... estaba sentado a una de las mesas dándome la espalda. Decidido y con un nudo en la garganta entré en el establecimiento.

— ¡Ramón!

— ¡Hombre qué de tiempo! Dame un abrazo. Mira, te quiero presentar a mi novia. — dijo mientras se levantaba y alargaba el brazo mirando por encima de mi hombro — Esta es Ana. Ana, Jaime.

— Así que tú eres el famoso Jaime. Anda que no me han contado historias de vosotros dos. Es como si te conociera de toda la vida.

Miré confundido a Ramón. No esperaba a una tercera persona y desde luego no me apetecía hacer ningún tipo de confesión delante de una desconocida, por muy cercana a mí que se sintiera.

— Venga vamos a mirar el menú que tengo un hambre… me han dicho que hacen una sopa de pescada buenísima en este sitio. ¿Tú sigues siendo vegetariano Jaime? — me preguntó Ramón mientras nos sentábamos a la mesa.

— Si, bueno pesco-vegetariano. Igual me animo y pruebo esa sopa que dices — dije mientras miraba un menú que cualquiera hubiera considerado caro dado lo que ofrecía.

— Bueno Jaime, cuenta ¿Qué tal va todo por Alemania? Me encontré a tu madre en el supermercado hace unas semanas y me comentó que te han hecho director del laboratorio clínico de tu empresa. Que grande eres.

— Si, a ver…

— Ana, este hombre era una inspiración. Siempre ha sido el primero en todo. Fue el número uno de su carrera, jugaba al baloncesto como semiprofesional y yo no sé la de becas y premios que ha recibido. Un auténtico figura. Vaya que hambre… ¿habéis decidido ya? Voy a llamar al camarero. — Levantó la mano e hizo contacto visual con el empleado para que se acercara a la mesa.

Ramón y yo pedimos primer y segundo plato mientras que Ana se limitó a un generoso primero de chuletas de cerdo.

— Espero que traigan la comida pronto. Tengo que volver a la oficina en un par de horas. — Miré a Ramón entre sorprendido y decepcionado. La tarde no iba como yo había planeado.

— Vaya…Yo quería comentarte algo que…

— ¿A la oficina? ¿A estas horas? ¿Quién…perdón cuál es esa emergencia que no puede esperar hasta el lunes?

— Mira Ana, ya llevamos suficiente tiempo juntos como para que sepas como funciona esto.

— Claro que se cómo funciona. Más de lo que tú te crees…

— Ana, para, no la líes. Este no es el sitio para dar el espectáculo.

— Tú eres el único que da el espectáculo.

— Bueno ya está aquí la comida, Ana, Ramón, venga comamos y bebamos en este día de reencuentros. — Lo que realmente quería es que Ana se fuera y así poder hablar con Ramón a solas.

Una vez el camarero dejó la mesa nos quedamos en silencio degustando los platos.

— Que bueno está esto todo. Llevabas razón la sopa está de escándalo.

— ¿Para eso querías venir? ¿Para avergonzarme delante de Jaime? — Ana ignoró el comentario de su novio y continuó comiendo.

Ramón miró de reojo su teléfono que vibraba encima de la mesa. Ana observó la pantalla.

— “Número desconocido” — leyó Ana en voz alta.

— No lo voy a coger ahora porque estoy cenando. — Ramón bebió de su copa de vino blanco.

Ana se quedó mirándolo fijamente con la boca cerrada, llena todavía con el último bocado. Después arqueó las cejas agitó la cabeza en un gesto de negación y continuó comiendo.

— Bueno Ramón, ¿qué tal tú? ¿Cómo van tus planes de montar tu propio despacho de abogados? Ahora parece que es el momento de…

— Perdonad, voy al servicio — Antes de levantarse Ana cogió el móvil de Ramón sin que nadie la viera.

Ambos hombres la siguieron con brevedad con la mirada.

— Perdona Jaime, sí, el despacho. Bueno no, es que últimamente tengo un montón de trabajo. Estoy esperando a que pase esta racha para ver qué hay. Tengo a un par de potenciales socios interesados y creemos que es mejor dejarlo para más adelante, cuando…

El camarero se acercó a retirar algunos platos y puso sobre la mesa el segundo que Ramón y yo habíamos pedido. Poco después Ana apareció de vuelta del baño con el teléfono de Ramón en la mano. En ese momento vi a mi amigo incorporarse en su silla y girarse hacia Ana.

— ¿Qué haces? Dame mi teléfono — dijo Ramón esforzándose por no levantar la voz. Después se levantó con rapidez y siguió a Ana que había salido por la puerta del establecimiento.

Me quedé sentado mientras observaba la reacción del resto de los comensales del local, que miraban hacia la puerta y me miraban a mí mientras cuchicheaban. Yo no sabía muy bien que pensar. Tras unos segundos la clientela continuó con su cena y yo proseguí con mi segundo plato. Podía ver a Ramón y a Ana discutiendo fuera junto a la puerta. La decepción del principio de la velada había dado lugar a una inesperada calma interior. Me reconfortaba pensar que yo tenía mi propio futuro en el que volcar mis ilusiones y mi sueño estaba a punto de hacerse realidad. Lo único que me quemaba por dentro eran las ganas de contarlo. No se lo había dicho a nadie, ni siquiera a mi familia más cercana. Quería que Ramón fuera el primero en saberlo y eso, estaba claro, no iba a suceder. Pero a mí ya me daba igual.

Ana y Ramón entraron por la puerta agarrados del brazo y sonriendo como dos niños traviesos de cuarenta años.

— Jaime, no sé cómo pedirte disculpas. Vaya idea que te habrás hecho de nosotros — miró a Ana sonriendo — Mira, me tengo que ir ahora a la oficina, pero vamos a hacer la promesa de llamarnos en cuanto estés en Alemania ¿de acuerdo?

— Si claro, no te preocupes —No podía imaginar una futura conversación telefónica con Ramón. Lo interesante era que no sentía pena sino alivio.

— Termina tu cena con tranquilidad; invito yo. Ana, vamos, le decimos al taxi que te deje en casa primero y luego que me lleve al despacho. Jaime, hablamos pronto — Me dio un abrazo, dejó el dinero debajo de la botella de vino y luego, desde la puerta, me sonrió e hizo un gesto con la mano como si tuviera un teléfono en la oreja.

Yo terminé de cenar, me bebí el resto de la botella de vino y llamé al camarero para que me trajera la cuenta.

— Tenga, estaba todo exquisito. — dije mientras pagaba — ¿Sabe qué? Al final del mes que viene me voy a someter a una cirugía de reasignación genital. — El camarero me miró confuso con los ojos muy abiertos — Me van a hacer una “penectomía”. — el hombre continuó mirándome fijamente — Sí, que me van a cortar el pene.

El camarero se dio media vuelta y se alejó con su bandeja llena de platos. Yo sonreí. Me congratulé por mi espontánea confesión y por conseguir aquella reacción, por pequeña que fuera, de un desconocido. Fue en aquel momento cuando me prometí que no volvería a buscar la aprobación de nadie.

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