Los lunes por la mañana casi siempre están llenos de reproches que me hago a mí mismo: “Anoche tendría que haberme ido a la cama más temprano, no debería haber presionado el snooze de la alarma del teléfono, ¿por qué no compraría más café y leche el sábado?”. Aquel lunes no era diferente. Iba al trabajo con media hora de retraso y mi coche no arrancaba. No me quedó otra opción que llamar a un Uber. Compré un café para llevar y me puse a repasar en el coche los informes para la reunión de las once. Empezaba a disfrutar del viaje, cuando el automóvil se detuvo al final de una hilera de vehículos. El conductor se bajó.
— Pues parece que hay un lio allí más adelante. Hay un montón de gente en la acera y en el carril para los coches.
— Pero ¿qué hacen? ¿Qué ocurre? — pregunté.
— No sé, le he preguntado a un conductor que lleva aquí parado veinte minutos, y dice que no tiene ni idea.
— Vaya hombre, en fin. Qué le vamos a hacer. Creo que llegaré antes si continúo a pie.
Me despedí del chófer y avancé hacía la muchedumbre. El conductor no exageraba al describir la escena. Había gente agolpada contra el escaparate de una tienda de ropa y personas intentando ganar posiciones para mirar dentro del local. La melé se extendía hasta la acera de enfrente y pequeños grupos de personas se esparcían a cierta distancia de la marabunta. Pregunté a un joven que parecía estar solo.
— Hola, perdona ¿Sabes si pasa algo en esa tienda?
— Creo que hay un famoso dentro, pero todavía no está claro.
— ¡No, no, estamos esperándolo! — dijo una joven mientras se acercaba y besaba al muchacho en la mejilla.
Cuando me giré para continuar mi camino vi a la pareja besarse. Me recordaron a Susana y a mi hermano, con el que hacía años que no hablaba. Por un momento me enternecí y me lamenté por el tiempo perdido, pero cuando recordé por qué habíamos roto nuestras relaciones sentí que mis hombros se tensaban.
Conocí a Susana en
www.concorazon.com; un sitio web de contactos. El día que la página nos conectó, comenzamos a mandarnos mensajes. Pronto nos dimos cuenta de que teníamos muchas cosas en común e hicimos planes para quedar en una cafetería al día siguiente.
Susana apareció, pequeña, fibrosa y fuerte como una vara de fresno. Hace años, un amigo me explicó cómo saber si te habías enamorado: “La persona amada camina hacia ti a cámara lenta. El mundo desaparece. Sólo eres tú y el otro. ¿Lo mejor? Ese espectáculo es solo para ti”. En su momento, recordé sonrojarme porque me pareció una horterada. Sin embargo, no pude evitar sentir aquello cuando vi a Susana. Me volví a sonrojar, pero por una razón distinta.
— Hola ¿Eres Julián?
— Sí, si ¿Susana?
— Esa soy yo. Te imaginaba más bajito.
— ¿Lo hubieras preferido?
— Que va, a mí me da bastante igual la apariencia de la gente. A ver, si eres un birria…pues no sé qué decirte. Pero así…en general, mientras seas más o menos normal todo me va bien.
— ¿Gracias…? ¿Te ha costado encontrar el sitio? Está un poco escondido. No vengo mucho aquí pero me encanta el ambiente, así bohemio. Y la música es buena.
— Lo he encontrado sin problema, vengo a menudo. A veces, de madrugada, se convierte en un clandestino ¿sabes? Solo para amigos y tal. Mi novio…
exnovio pinchaba aquí. Me encanta.
— Qué interesante…pinchadiscos…
— Hombre, eso suena a guateque. Él es un artista conceptual. Un genio, crea instalaciones con proyecciones y sonido. Ha expuesto en bastantes sitios…Milán, Bruselas… Un genio. Sabe tanto de arte…Cuando íbamos a algún museo él podía contarte todo lo que quisieras de cualquier obra que le preguntaras. Un genio, además…
Susana hablaba sin parar y yo solo podía pensar en besar las pecas saltarinas de su rostro. Después del café fuimos a un bar, y después a otro. En la segunda cerveza, se recogió el pelo largo y pelirrojo en un moño de rizos sobre la coronilla. Después fuimos a mi piso. Estuvimos juntos dos meses desde aquella primera cita. Susana se trajo una maleta de su apartamento y se instaló en el mío. Me confesó que tenía hijos y que estaban pasando el verano con su exnovio el pinchadiscos. Hacia el final de la relación ya me hacía cargo de lo poco en lo que coincidíamos.
Un día llegué del trabajo y me encontré a mi hermano tomando café con Susana en el sofá. Reían. Nunca quise presentársela a mi hermano y sin embargo él se había abierto paso hasta ella. No sé cuánto tiempo llevaban allí sentados, pero para entonces ya tenían bromas privadas y miradas cómplices. No me esforcé en retenerla. Quien me dolió fue mi hermano.
El ruido del motor de un coche me sobresaltó y sonreí al darme cuenta de que casi había llegado a la comisaría en la que trabajaba. “El trabajo es lo que siempre me salva” pensé con una alegría amarga.
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