Ir al contenido principal

Destacados

Construyendo un adulto: fotograma 9 "Lo que sucedió" (parte 2 de 2)

          Trenzas de boxeadora.            Lara decidió que aquel iba a ser el peinado de moda de esa temporada estival. La idea surgió al recordar un verano que pasó con sus padres en un pueblo de la costa andaluza. En aquella época su padre todavía vivía con ella y de vez en cuando, se podían permitir una semana de vacaciones junto a la playa. Por las noches, tarde, después de cenar cuando el calor atizaba con menos fuerza, las familias salían a pasear por el paseo marítimo. Se ponía muy animado, con tenderetes de ropa hippie, sandalias, complementos y un sinfín de objetos que una vez en casa, sacados de su contexto playero, no se usaban para nada.              Sin embargo, hubo algo que Lara se llevó con ella y que duró casi un mes en su cabeza. Se trataba de un peinado a base de trencitas pegadas al cuero cabelludo que le había hecho Adaku, una de las mujeres nigerianas que ofrecían peinados para pelo afro.           Al llegar a su ciudad, lejos de la costa y del olor a playa, much

La vida en cuatro actos: Pizzas vampiro (Parte 1 de 4)

                     

Mi exmujer, mi segunda exmujer, la inglesa, decía que yo era un holgazán. Yo la comprendía. Me echaba en cara que no trabajaba y que era ella la que tenía que traer el bacon home. Me hacía gracia como mezclaba el español y el inglés al hablar; sobre todo cuando se enfadada. Yo, sin embargo, me considero un romántico. Disfruto de mi soledad, mis libros y mi escritura. El mundo exterior me parece inhóspito y grosero. Carol sabía de mi carácter taciturno y de mis hábitos ermitaños desde antes de la boda. Todavía no sé en qué momento aquello dejó de parecerle atractivo.

Hace dos años me volví a casar. Ahora vivo con una esposa, que apenas para por casa, y con sus dos hijos de un matrimonio anterior. El tiempo que no están en el colegio lo pasan conmigo en el piso y han hecho que mi tolerancia al ruido sea mucho mayor ahora. Carol lo llamaría karma.

El sábado pasado, como cada fin de semana, pasaba el día en casa vigilando a los niños e intentando escribir.

— ¡Marcos deja a tu hermano! ¡Si te ha roto el yo-yo, es culpa tuya por habérselo prestado! — grité desde el salón

— Arrgg ¡Manuel arrgg! ¡Marcos no me deja! ¡Para ya! ¡Que me ahogas capullo!

— ¡La madre que os parió! — corrí hasta el dormitorio dónde estaban los niños — ¡Basta! A ver, ¿Dónde está el yo-yo? ¿Cuánto te ha costado Marcos?

— Siete euros

— Jorge le debes siete euros a tu hermano — No sabía si su madre les daba paga.

— ¡Ahora el llorica eres tú! Jorge es un lloroon, Jorge es un lloroon — canturreó Marcos mientras reía y señalaba a su hermano.

— ¡Manueeeel! ¡Dile a Marcos que pare!

“Que os den morcilla” pensé y salí del dormitorio en dirección a la cocina. No podía dejar de darle vueltas a los siete euros que había pagado por el yo-yo. “Su madre me tiene esclavizado mientras que a esos asilvestrados igual hasta les da paga” pensé. Al poco apareció Marcos.

— Manuel tengo hambre.

Luego oí a Jorge correr por el pasillo

— ¡Y yo! ¡Me muero de hambre!— chilló mientras saltaba y le propinaba un coscorrón a su hermano.

— Arrgg ¡muereeeeee!

Marcos salió corriendo detrás de Jorge y continuaron peleando en el pasillo. Yo me di media vuelta y escruté el interior de los muebles de cocina y el frigorífico en busca de ingredientes con los que preparar una receta sustanciosa. Oí mi estómago gruñir y noté que mis manos temblaban. Me senté a la mesa de la cocina y observé lo que había encontrado: unas hojas de perejil, medio limón reseco, una lata pequeña de tomate frito y media barra de pan. Sentí mi cuerpo ligero y hueco apoyado en el respaldo de la silla. El estrépito de los niños se había convertido en un murmullo lejano. Preparé pan con tomate frito y espolvoreé un poco de perejil por encima.

— ¡Marcos! ¡Jorge! ¡La comida está lista! Venga, a lavarse las manos.

Los niños llegaron a la cocina corriendo.

— ¿Qué es esto? ¡Mira Jorge!

— Esto son “pizzas vampiro” es una receta muy popular en Transilvania.

— Pero si no son redondas — dijo Marcos

— Porque son de Transilvania, que lo ha dicho Manuel.

Los niños se lavaron las manos y los tres nos sentamos.

— ¿Y tu pizza dónde está? — me preguntó Jorge

— Me la terminé antes de que llegarais.

Los hermanos comenzaron a engullir su comida. A mí me resultaba difícil seguir su conversación y me limitaba a asentir con la cabeza en silencio. Mi mente estaba en otra parte. No podía evitar pensar, con náusea y un pellizco en las tripas, en el anuncio que había visto el día anterior en el nuevo supermercado: “Se buscan reponedores”

Comentarios