Mi exmujer, mi segunda exmujer, la inglesa, decía que yo era un holgazán. Yo la comprendía. Me echaba en cara que no trabajaba y que era ella la que tenía que traer el bacon home. Me hacía gracia como mezclaba el español y el inglés al hablar; sobre todo cuando se enfadada. Yo, sin embargo, me considero un romántico. Disfruto de mi soledad, mis libros y mi escritura. El mundo exterior me parece inhóspito y grosero. Carol sabía de mi carácter taciturno y de mis hábitos ermitaños desde antes de la boda. Todavía no sé en qué momento aquello dejó de parecerle atractivo.
Hace dos años me volví a casar. Ahora vivo con una esposa, que apenas para por casa, y con sus dos hijos de un matrimonio anterior. El tiempo que no están en el colegio lo pasan conmigo en el piso y han hecho que mi tolerancia al ruido sea mucho mayor ahora. Carol lo llamaría karma.
El sábado pasado, como cada fin de semana, pasaba el día en casa vigilando a los niños e intentando escribir.
— ¡Marcos deja a tu hermano! ¡Si te ha roto el yo-yo, es culpa tuya por habérselo prestado! — grité desde el salón
— Arrgg ¡Manuel arrgg! ¡Marcos no me deja! ¡Para ya! ¡Que me ahogas capullo!
— ¡La madre que os parió! — corrí hasta el dormitorio dónde estaban los niños — ¡Basta! A ver, ¿Dónde está el yo-yo? ¿Cuánto te ha costado Marcos?
— Siete euros
— Jorge le debes siete euros a tu hermano — No sabía si su madre les daba paga.
— ¡Ahora el llorica eres tú! Jorge es un lloroon, Jorge es un lloroon — canturreó Marcos mientras reía y señalaba a su hermano.
— ¡Manueeeel! ¡Dile a Marcos que pare!
“Que os den morcilla” pensé y salí del dormitorio en dirección a la cocina. No podía dejar de darle vueltas a los siete euros que había pagado por el yo-yo. “Su madre me tiene esclavizado mientras que a esos asilvestrados igual hasta les da paga” pensé. Al poco apareció Marcos.
— Manuel tengo hambre.
Luego oí a Jorge correr por el pasillo
— ¡Y yo! ¡Me muero de hambre!— chilló mientras saltaba y le propinaba un coscorrón a su hermano.
— Arrgg ¡muereeeeee!
Marcos salió corriendo detrás de Jorge y continuaron peleando en el pasillo. Yo me di media vuelta y escruté el interior de los muebles de cocina y el frigorífico en busca de ingredientes con los que preparar una receta sustanciosa. Oí mi estómago gruñir y noté que mis manos temblaban. Me senté a la mesa de la cocina y observé lo que había encontrado: unas hojas de perejil, medio limón reseco, una lata pequeña de tomate frito y media barra de pan. Sentí mi cuerpo ligero y hueco apoyado en el respaldo de la silla. El estrépito de los niños se había convertido en un murmullo lejano. Preparé pan con tomate frito y espolvoreé un poco de perejil por encima.
— ¡Marcos! ¡Jorge! ¡La comida está lista! Venga, a lavarse las manos.
Los niños llegaron a la cocina corriendo.
— ¿Qué es esto? ¡Mira Jorge!
— Esto son “pizzas vampiro” es una receta muy popular en Transilvania.
— Pero si no son redondas — dijo Marcos
— Porque son de Transilvania, que lo ha dicho Manuel.
Los niños se lavaron las manos y los tres nos sentamos.
— ¿Y tu pizza dónde está? — me preguntó Jorge
— Me la terminé antes de que llegarais.
Los hermanos comenzaron a engullir su comida. A mí me resultaba difícil seguir su conversación y me limitaba a asentir con la cabeza en silencio. Mi mente estaba en otra parte. No podía evitar pensar, con náusea y un pellizco en las tripas, en el anuncio que había visto el día anterior en el nuevo supermercado: “Se buscan reponedores”
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