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Construyendo un adulto: fotograma 9 "Lo que sucedió" (parte 2 de 2)

          Trenzas de boxeadora.            Lara decidió que aquel iba a ser el peinado de moda de esa temporada estival. La idea surgió al recordar un verano que pasó con sus padres en un pueblo de la costa andaluza. En aquella época su padre todavía vivía con ella y de vez en cuando, se podían permitir una semana de vacaciones junto a la playa. Por las noches, tarde, después de cenar cuando el calor atizaba con menos fuerza, las familias salían a pasear por el paseo marítimo. Se ponía muy animado, con tenderetes de ropa hippie, sandalias, complementos y un sinfín de objetos que una vez en casa, sacados de su contexto playero, no se usaban para nada.              Sin embargo, hubo algo que Lara se llevó con ella y que duró casi un mes en su cabeza. Se trataba de un peinado a base de trencitas pegadas al cuero cabelludo que le había hecho Adaku, una de las mujeres nigerianas que ofrecían peinados para pelo afro.           Al llegar a su ciudad, lejos de la costa y del olor a playa, much

La vida en cuatro actos: El desenlace (parte 4 de 4)

 


Julián estaba considerado una celebridad entre sus compañeros. Era el comisario más joven de toda la historia del Cuerpo Nacional de Policía de Oviedo. Tenía una intuición y una capacidad de actuación difícil de superar. Hombres y mujeres lo encontraban apuesto. Gloria, la secretaria judicial, lo describió como insulso durante la cena de navidad del año anterior. Un par de horas después, ambos desaparecieron en el coche de ella. 

Aquella mañana, Julián llegó al trabajo aturdido. Cruzó con ligereza la oficina de planta abierta en dirección a su despacho. Los cubículos para interrogatorios eran acristalados. Julián se quedó clavado al suelo al ver a quien estaban cuestionando en uno de ellos.

Llevaba el pelo corto, pero a Julián le fue fácil reconocerla. Era Susana. Cualquiera podría haberla confundido con un chico joven debajo de aquel hoody gris y de aquellos pantalones vaqueros dados de sí. El comisario dudó si entrar. En los últimos dos años había intentado adormecer el dolor que ella y su hermano le procuraron. Tenía miedo de que ese dolor despertara, pero no pudo evitar girar el pomo de la puerta.

— Sánchez, no se preocupe, ya me encargo yo de esto, gracias — El inspector no hizo preguntas. Le pasó el portapapeles a su superior y dejó la habitación. Susana lo miró con los ojos muy abiertos.

— ¡Julián! No sabía que trabajabas en esta comisaría. Qué vergüenza…— Julián se sentó al otro lado de la mesa enfrente de Susana.

— ¿Por qué estás aquí?

— La vida…Que no me llega la ayuda… ¿Cómo quieren que vivamos cuatro de familia con ese dinero? Me da la risa.

— ¿Qué ayuda? ¿Pero no trabajabas en una oficina?

— Sí, pero con la crisis… la cosa se puso muy mal. Tuvieron que hacer recortes y…

— Pero vamos a ver… ¿Qué has hecho para estar aquí?

— Pufff… Robar, Julián, a cuatro viejos con una navaja. ¿Qué te parece?

— ¿Qué te ha pasado en la cara y el pantalón? Estás llena de moratones.

— Unos policías vestidos de paisano me atraparon en una tienda de ropa cuando intentaba huir. Tropecé con unas cajas y me caí sobre un maniquí. Un desastre…Estaba tan cerca…No los vi llegar. Cuando me quise dar cuenta los tenía encima. Me metí en aquella tienda para despistarlos pero nada…Qué vergüenza…la gente mirando…mi…

— ¿Y mi hermano?

— Manuel no tiene ni idea. No se entera de nada. Antes era un artista incomprendido. Ahora es un vago a secas. Lo dejo en casa con los niños mientras yo…bueno, ya me ves… El amor no lo es todo — Miró a Julián con una sonrisa torcida.

— Dices que llevabas navaja.

— Si, no tenía pensado hacer daño a nadie. No tengo nada…No lo hubiera hecho si no estuviera desesperada, te lo juro…además…

— Te pueden caer dos años como mínimo. Eso lo sabes ¿no?

— Si, me lo ha dicho el otro hombre antes.

Los dos se miraron en silencio durante unos segundos. Julián golpeó el portapapeles con su pluma varias veces. Después se levantó con calma y abrió la puerta.

— Inspector Sánchez, ya puede continuar, gracias.

— Julián ¿me vas a ayudar? Tengo dos niños ¡Julián! ¡Julián! ¡Tengo dos niños, por Dios! ¡Julián!...

El interrogatorio prosiguió. El comisario salió de la habitación y se alejó despacio.

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