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Construyendo un adulto: fotograma 9 "Lo que sucedió" (parte 2 de 2)

          Trenzas de boxeadora.            Lara decidió que aquel iba a ser el peinado de moda de esa temporada estival. La idea surgió al recordar un verano que pasó con sus padres en un pueblo de la costa andaluza. En aquella época su padre todavía vivía con ella y de vez en cuando, se podían permitir una semana de vacaciones junto a la playa. Por las noches, tarde, después de cenar cuando el calor atizaba con menos fuerza, las familias salían a pasear por el paseo marítimo. Se ponía muy animado, con tenderetes de ropa hippie, sandalias, complementos y un sinfín de objetos que una vez en casa, sacados de su contexto playero, no se usaban para nada.              Sin embargo, hubo algo que Lara se llevó con ella y que duró casi un mes en su cabeza. Se trataba de un peinado a base de trencitas pegadas al cuero cabelludo que le había hecho Adaku, una de las mujeres nigerianas que ofrecían peinados para pelo afro.           Al llegar a su ciudad, lejos de la costa y del olor a playa, much

Transportes Argimiro

 


Aquella mañana, como muchas otras, Lara trabajaba desde la terraza de su suite en el Four Seasons Resort Bora Bora. Podía elegir cualquier otro sitio, pero esas playas siempre serían sus favoritas. Se levantaba temprano para contestar emails y proporcionar instrucciones al laboratorio que dirigía en Madrid. Se sentía segura dando directrices a su equipo desde la Polinesia Francesa. Siempre iba medio día por delante. Creía desafiar al tiempo. Cualquier problema que surgiera lo resolvía con antelación en España. Todos los días sucedía algo que requería de su intervención urgente. 

Lara llamó a su repartidor de confianza, Argimiro, el sábado a las seis de la mañana. Argimiro respondió desde Madrid el viernes a las seis de la tarde.

— Transportes Argimiro ¿Dígame?

— ¿Ha salido ya el reparto que esperaban ayer en el laboratorio?

— ¿Quién llama?

— Lara — Se hizo un largo silencio.

Lara llevaba varios años trabajando con Argimiro. Nunca se habían visto cara a cara y no consideraba sensato proveerle con otro dato que no fuera su nombre. Solo los empleados a su cargo en la sección de investigación biomolecular aplicada a la creación y desarrollo de nuevas entidades conocían su posición en el departamento. Lara fue cauta al contratarlos. Les hizo firmar una clausula en la que se les prohibía hablar de la tarea a la que cada uno de ellos estaba confinado. Tampoco les estaba permitido comentar sus experimentos entre ellos. Cada semana informaban a Lara de sus resultados por separado. La investigadora encajaba los datos como un puzle y les asignaba nuevos quehaceres. Solo ella conocía la finalidad de aquellas pruebas.

El director general consideró que Lara era un riesgo para la empresa. No estaba informado de los pormenores de sus indagaciones, pero intuía que rozaban la ilegalidad. Presumía que si era descubierta, le obligarían a cerrar la compañía. Despedirla era inviable. La investigadora conocía secretos de altos cargos de la empresa y utilizaba la extorsión para conseguir sus objetivos. La única opción fue invitarla a marcharse a un lugar lejano desde el que podría dirigir las operaciones. La científica aceptó. Escogió vivir en islas paradisiacas y hoteles de lujo.

Tras un silencio denso e interminable. Argimiro articuló una repuesta.

— Mmm… Lara, sí…Dígame.

— El laboratorio hizo un pedido el 1 de abril. Cuando hablé con usted, acordamos que el paquete llegaría a su destino el 6 de abril.

— No recuerdo esa fecha, no…

— El día del pedido, le llamé. Hablamos de como usted iba a recoger el paquete a la fábrica de vidrio y después lo iba a dejar en el laboratorio el 6 de abril.

— Ahh, pero eso no era el seis. Disculpe, permítame que lo mire en la agenda del móvil. Un segundo.

Lara apretó la mandíbula. No tenía paciencia con Argimiro, pero no se podía permitir contactar a otro transportista. Consideraba irresponsable introducir a alguien nuevo en su círculo laboral.

— ¿Lara? ¿Está ahí?

— Sí Argimiro, estoy aquí.

— ¿Ve? Lo que pasa, es que usted dijo el 16 de abril no el seis — se hizo otro silencio — ¿Lara? ¿Está …?

— Para mí está claro que dije el seis y que usted anotó el dieciséis.

— Pffff… No lo creo, pero no voy a discutir por eso. Usted es el cliente.

— Entonces, usted trae el pedido hoy y…

— Hoy va a ser difícil.

— Bueno, esperaban el paquete ayer, el...

— Ya, ya… el seis, pero es que hoy no puedo.

— Pues el material lo necesitan. No pueden parar el laboratorio porque usted haya escrito un uno delante del seis.

— Ya, es una faena. Y de verdad que lo siento, pero hoy es imposible.

— No le voy a preguntar qué es eso tan importante que tiene que hacer porque lo único que me importa es el paquete. Algo habrá que se pueda hacer.

— Pfff…Mi primo se casa mañana y hoy es su despedida. La familia es lo primero…y de verdad que lo siento por usted.

— ¿Usted es consciente del daño que está causando? En este momento, el laboratorio está parado no…

— A ver, no sé por qué se pone así. No le van a dar una medalla. Usted solo hace los pedidos, ni que dirigiera la empresa. Al final de mes a cobrar y tan contentos.

El comentario pilló a Lara desprevenida. De inmediato recordó que Argimiro no sabía nada de ella, ni siquiera cuál era su puesto real en la compañía. Se dio cuenta de que su actitud directa y asertiva no la iba a ayudar a solucionar el problema.

— Pues sí, lleva usted razón.

— Claro… Hay que tomarse las cosas con calma. El lunes le llevo el paquete y asunto arreglado — A Lara se le tensaron los músculos al oírlo. No podía imaginar su laboratorio parado todo el fin de semana.

— Es solo que… Verá, tengo dos niños. En la empresa me prometieron un suplemento si este mes no cometía ningún error…Con el sueldo que me pagan, la verdad es que un dinero extra me vendría... Imagínese. — Mintió.

— Pfff… Es duro… dos niños. No la veía a usted de madre fíjese.

— Ya ve, la vida. Madre soltera.

— Pero si esto no es culpa suya ¿Por qué no le iban a dar el suplemento?

— Ya sabe estos jefazos, con sus lujos y sus pisazos. Se creen que pueden hacer lo que les dé la gana con la gente normal como yo.

— Bueno. Se me ocurre una cosa. ¿Usted conoce a alguien que tenga coche?

— Si, puedo encontrar a alguien.

— Ahora mismo voy conduciendo. Puedo pasarme por el polígono industrial y recoger el envío. Ahora, no se lo puedo llevar a la puerta porque sus oficinas están a casi dos horas de dónde yo voy.

— Mmm… ¿Y dónde propone quedar para darnos el paquete?

— Cuando recoja lo suyo, voy directo al Bar Manila en la Calle de Barquillo.

— De acuerdo. Entonces el pedido lo tiene usted en ese bar. Dice que es en la calle de Barquillo ¿no?

— Eso, mande a quien sea a recogerlo allí.

Lara comprobó la localización de la calle y contactó a Matías, un joven bioquímico que trabajaba para ella y tenía vehículo. Le pidió a su empleado que recogiera la caja y la llevara al laboratorio. También le instruyó que llamara a los componentes del equipo una vez el paquete estuviera en su poder. La investigadora deseaba que volvieran al trabajo cuanto antes.

Cuando Matías llegó al Bar Manila, Argimiro lo recibió con cordialidad y le mostró la caja con el material cerca de la barra. Le presentó a sus amigos y lo invitó a una cerveza. El joven se resistió al principio. No deseaba ser descortés pero a su jefa no le iba a gustar que estuviera bebiendo por ahí. Por otro lado, pensó que le vendría bien despejarse. Llevaba meses sin pisar un bar y sin hablar con gente que no pertenecieran al mundo científico. Se prometió marcharse después de una cerveza. Era consciente de su tendencia a perder el control sobre la cantidad de alcohol que ingería si bebía más de lo que debía. Sin embargo, aceptó una segunda ronda. Después una tercera. Llegó un momento en el que ya no sabía cuántas cervezas había pagado y a cuantas había sido invitado.

Mientras, Lara prosiguió con su trabajo. Pasaron varias horas. Cuando pensó que Matías estaría de vuelta lo llamó, pero no obtuvo respuesta. Después marcó el número del laboratorio. Tampoco consiguió contactar con nadie. Por último, trató de hablar con Argimiro. Después de unos cuantos tonos de espera saltó el contestador del móvil. Lara estrujó el teléfono y colgó. No quiso dejar mensaje.

La investigadora esperó hasta una hora razonable de la tarde del sábado para contactar a los miembros de su equipo en Madrid. Uno de ellos le comunicó que no sabía nada de Matías y la informó de que los demás estaban en casa porque el material no había llegado al laboratorio todavía. Luego llamó a Argimiro.

— Transportes Argimiro ¿Dígame?

— ¿Qué sucede?

— ¿Quién llama?

— Lara — Se hizo un silencio.

— Mmm… Lara… Imagino que… el envío…

— No llegó ¿Qué ocurre Argimiro?

— Pfff…Pues ocurrir no ocurre nada. Su compañero vino y se llevó la caja ¿Ha pasado algo? ¿Está bien Matías?

— No sé si Matías está bien o mal porque no me coge el teléfono. Argimiro ¿Qué pasó anoche? Conozco a ese chico y no me lo imagino metiéndose en líos.

— Matías estaba un poco raro anoche… Antes no le dije la verdad… pero si usted me dice que no sabe por dónde anda… eso es otra cosa…

— Mmm…dígame…

— Cuando llegó al bar lo invité a que se uniera al grupo… estaba un poco raro. Me contó cosas del laboratorio…Pfff…yo que sé…

— ¿Qué cosas le contó, Argimiro?

— Cosas raras… Imagínese que me dijo que usted era su jefa… Como si yo no supiera quien es usted. Llevo años llevándole pedidos…

— Hay jóvenes que no saben beber… Me intriga usted Argimiro… ¿Qué más le dijo?

— Pfff… Cosas raras de experimentos y mutaciones…Yo que sé… El caso es que mi primo, nuestros amigos y yo nos fuimos. Matías se quedó allí solo con la caja tomándose la última. Como usted comprenderá, qué iba a saber yo de la mala bebida del muchacho.

— Claro, claro… — Se hizo un silencio.

— Siento el lío con el paquete… espero que no la culpen y le den el dinero extra.

— No pasa nada, yo me ocuparé de todo.

Argimiro no volvió a tener más contacto con la investigadora. Un mes y medio más tarde, el transportista leyó un titular en el periódico que hizo que le temblaran las piernas: Prometedor bioquímico de veinticuatro años encontrado muerto.


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