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Construyendo un adulto: fotograma 9 "Lo que sucedió" (parte 2 de 2)

          Trenzas de boxeadora.            Lara decidió que aquel iba a ser el peinado de moda de esa temporada estival. La idea surgió al recordar un verano que pasó con sus padres en un pueblo de la costa andaluza. En aquella época su padre todavía vivía con ella y de vez en cuando, se podían permitir una semana de vacaciones junto a la playa. Por las noches, tarde, después de cenar cuando el calor atizaba con menos fuerza, las familias salían a pasear por el paseo marítimo. Se ponía muy animado, con tenderetes de ropa hippie, sandalias, complementos y un sinfín de objetos que una vez en casa, sacados de su contexto playero, no se usaban para nada.              Sin embargo, hubo algo que Lara se llevó con ella y que duró casi un mes en su cabeza. Se trataba de un peinado a base de trencitas pegadas al cuero cabelludo que le había hecho Adaku, una de las mujeres nigerianas que ofrecían peinados para pelo afro.           Al llegar a su ciudad, lejos de la costa y del olor a playa, much

El extraño conocido


Cada vez que partían hacia su destino vacacional, solían levantarse a las cinco de la mañana. Javier se encargaba de bajar la basura, asegurar las ventanas y comprobar que el coche estaba listo. Las tareas de Sole consistían en terminar de llenar las bolsas de viaje, acordarse de meter las botellas de agua y las coca-colas en la neverilla y hacer dos bocadillos para el camino.

Esa mañana se dirigían a un pueblo costero siciliano para pasar allí una semana. Sole hubiera preferido Islandia, Noruega o a cualquier otro lugar dónde los veranos son frescos y la atmósfera mágica. Sin embargo, cada vez que se planteaba el tema “a dónde vamos de vacaciones este verano”, se sentía obligada a ceder e ir a los sitios de sol y costa que tanto le gustaban a su marido. Se consolaba pensado que su pareja estaba más necesitada de descanso que ella.

Mientras Sole terminaba sus quehaceres, Javier bajó a tirar la basura. Dejó la puerta del piso abierta. Los contenedores se encontraban unos metros más abajo, en la misma calle donde vivían. Por el camino, se encontró en la acera con su vecina Rosa que había salido a pasear a su perrita. La mujer vivía sola con su mascota en el piso debajo de la pareja. Siempre que se encontraban, Rosa aprovechaba para hablarle de su chihuahua. Estaba encantada de tener como vecino a un veterinario como Javier. Su perrita era lo más importante para ella, ahora que se había quedado viuda. A menudo la conversación se alargaba hasta el punto de parecer interminable. El hombre la escuchaba con resignación. Siempre le había resultado difícil interrumpir a otros cuando hablaban.

Sole estaba en el apartamento preparando la comida para el viaje, cuando oyó unos pasos que se acercaban por el pasillo.

— Javier ¿has comprobado que tenemos suficiente gasolina? — dijo sin girarse. “Se ocupa de en un montón de tonterías y luego se le olvida lo más importante” pensó.

— ¿Perdón? — dijo una voz masculina que no reconoció.

Sole se dio la vuelta y abrió la boca para gritar. Se contuvo. En un acto reflejo, agarró el cuchillo que estaba sobre la encimera de la cocina y se quedó inmóvil sin levantar el utensilio de la superficie. No vacilaría en utilizarlo si aquel extraño daba un paso más hacia ella.

— Yo a ti te conozco — dijo el hombre.

Ambos se quedaron en silencio, sin llegar a comprender lo que sucedía. Sole sujetaba el cuchillo con más fuerza.

— Tú… ¿Eres Sole?... ¿Te acuerdas de mí?

La mujer de Javier sintió el corazón golpeándole el pecho con fuerza. Claro que reconocía a aquel hombre alto y moreno que tenía delante. Era Antonio Girón Peñalba, el chico más interesante y con el cuerpo más atlético de la carrera. Los dos habían estudiado Ingeniería de Caminos. Durante aquellos años, no salieron de manera oficial, pero se acostaron juntos unas cuantas veces a pesar de que ambos sabían de la pareja del otro. Un día Antonio le anunció que había sido padre. Sole no tenía ni idea de que la novia del chico estuviera embarazada. Después de una agría discusión dejaron de hablarse. No se habían visto desde que terminaron los estudios, hacía veinticinco años.

— ¿Qué quieres?

— Perdona, eh… ¿Vives aquí?... Estoy muy confundido ahora mismo…

Sole empezó a darse cuenta de que el desconcierto del hombre era genuino. Sin soltar el cuchillo, intentó averiguar por qué estaba allí.

— Perdona… ¿Eres Sole, no? — La mujer lo miraba sin contestar — Perdona, esto es muy raro. Soy muy consciente de que estoy en tu cocina a las cinco y media de la mañana y de que no he sido invitado…Esto es una coincidencia. — Antonio intentó acercarse a ella. Sole dio un paso atrás y blandió el cuchillo. El hombre se detuvo. — Por favor, esto… te explico. He venido a la ciudad a la boda de un amigo. Me estoy hospedando en este edificio, de eso estoy… casi seguro. He bebido un poco… Pero lo que está claro es que me he confundido de piso. He visto la puerta abierta y no lo he pensado. Me estoy quedando con Eugenio y José ¿viven aquí?

Sole expiró aliviada y dejó el cuchillo sobre la encimera de la cocina.

— Menudo susto me has dado. Sí viven justo encima de nosotros, en la última planta. ¡Qué susto!

Ambos rieron nerviosos. Después Sole sugirió ir al salón. Se sentaron en el sofá de tres plazas.

— Te pido disculpas, me imagino que a estas horas de las mañana nadie espera que un extraño entre por su puerta.

— Te iba a ensartar con el cuchillo, te lo digo en serio.

— ¿Todavía estás tan enfadada conmigo? — Ambos soltaron una risa entrecortada.

— Aquello fue karma. Los dos engañamos a nuestras parejas…El destino nos dio una lección… ¿Cómo está tu familia? Tu niña tiene que ser ya una mujer… — Sintió un pinchazo en la boca del estómago. Sole se dio cuenta de que todavía le resultaba incómodo hablar de aquello.

— Están bien…bien…La verdad prefiero hablar de otra cosa. Estoy en la ciudad y acabo de ver a mi mejor amigo casarse. Ha sido un día estupendo. Después del convite hemos salido por ahí. He bebido un poco la verdad — sonrió — pero no soy de esos a los que se les va la cabeza. Solo estoy cansado… ¿Vas a estar aquí mañana? Me quedo tres días. Voy a aprovechar que Esther ha decidido quedarse en Barcelona para “darme espacio” como ella dice.

— No, me voy de vacaciones con Javier a Sicilia…Javier es…es mi marido. Una semana…va…va a estar…va a estar bien.

Ambos se quedaron en silencio. Sonrieron nerviosos.

— ¿Sabes? Hoy me he acordado de nosotros. Hacía años que no salía por ahí de fiesta. He recordado nuestras conversaciones, nuestra complicidad y las risas... Sobre todo las risas… ¿Te acuerdas? Los dos nos creíamos destinados a hacer grandes cosas… Qué ilusos…Trabajo en una empresa de construcción y soy un asalariado. Un anodino... Lo que nos burlábamos de ellos ¿eh? A mi madre le encantaba decir por ahí que su hijo era ingeniero… La pobre no tenía ni idea de cómo los tiempos han cambiado y de que un ingeniero ya no es lo que era.

— Es cierto…Yo también trabajo para una empresa. Es bastante grande. Pero es lo que tú dices, cumplo órdenes, trabajo como una burra y nada de ganar millones.

— Te voy a enseñar una cosa…Pero no quiero que te asustes — Sole se quedó sorprendida y sintió que por un segundo se le cortaba la respiración — Antonio sacó una pulserita negra de piel, como las que venden en los mercadillos de playa. — ¿Te acuerdas?

— ¡Todavía la tienes! Después de tanto tiempo — Sole no podía parar de sonreír. Se levantó y corrió hasta el dormitorio. Regresó en seguida con la misma pulsera.

— ¡Tú también! Las “pulseras de amantes”. No se me ha olvidado.

Los dos rieron con emoción. Se intercambiaron preguntas y respuestas acerca de sus motivaciones para guardar aquellas reliquias. Ambos consideraban que las pulseras simbolizaban una unión especial que estaba por encima de cualquier otra. Después recordaron su tiempo en la universidad: las fiestas, los viajes y sus encuentros.

— Bueno…Y dime ¿cómo es Javier? Es… Javier ¿no?

— Sí, Javier… Con Javier bien, ha bajado a tirar la basura. Es muy tranquilo…Es veterinario. Es muy sensible. Muy tranquilo… Llevamos ya…serán como quince años juntos. Hacemos nuestros viajes… Nos gusta la playa…

— Tú ¿en la playa? — dijo Antonio sorprendido — pues sí que han cambiado las cosas. Tengo grabada en la memoria una visión de tí echando pestes de la arena, el calor y el aire pegajoso costero.

— Bueno… A Javier le gusta…A mí, no tanto. Pero así funcionan las parejas ¿no? A veces hay que ceder.

— Pues sí…

— Pero dime, ¿cómo están tus chicas? Que antes no me has dicho nada…— Inquirió Sole con la esperanza de escuchar algo negativo acerca de su relación.

— Mi hija tiene ya casi veintiséis años, trabaja en una oficina que se dedica a hacer anuncios para televisión. Y… Bueno… Con Esther…Se puede decir que somos la pareja perfecta… Esther repite las mismas cosas muchas veces y yo tengo muy mala memoria. A ella no le gusta que no recuerde lo que me cuenta. — Soltó una risotada seca.

Sole le mostró una media sonrisa. Después se quedaron en silencio.

— ¿Decías que estabas cansado, no?

— Sí, es mejor que suba. Eugenio y José me han dejado las llaves para que no los despierte al llegar. Bueno, ya sabes, me quedo tres días así que si estás por aquí… Ah, que te vas de vacaciones me has dicho. Bueno, entonces, hasta la próxima.

Se despidieron en pasillo de la entrada y Sole volvió a la cocina para envolver los bocadillos. Javier regresó al piso poco después. Cerró la puerta y fue a la cocina a ver a su mujer.

— Perdona, me he encontrado con Rosa y ya sabes cómo es... A lo tonto, me ha tenido casi media hora contándome sobre el estreñimiento de su perro...Le iba…

— Javier…Acabo de recibir un email de la oficina. Tengo que ir a trabajar mañana y…varios días más esta semana… Es una urgencia. Le han hecho la prueba de carga al puente y parece ser que hay problemas con la estructura…Tengo que ir. Quiero ir.

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