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Construyendo un adulto: fotograma 9 "Lo que sucedió" (parte 2 de 2)

          Trenzas de boxeadora.            Lara decidió que aquel iba a ser el peinado de moda de esa temporada estival. La idea surgió al recordar un verano que pasó con sus padres en un pueblo de la costa andaluza. En aquella época su padre todavía vivía con ella y de vez en cuando, se podían permitir una semana de vacaciones junto a la playa. Por las noches, tarde, después de cenar cuando el calor atizaba con menos fuerza, las familias salían a pasear por el paseo marítimo. Se ponía muy animado, con tenderetes de ropa hippie, sandalias, complementos y un sinfín de objetos que una vez en casa, sacados de su contexto playero, no se usaban para nada.              Sin embargo, hubo algo que Lara se llevó con ella y que duró casi un mes en su cabeza. Se trataba de un peinado a base de trencitas pegadas al cuero cabelludo que le había hecho Adaku, una de las mujeres nigerianas que ofrecían peinados para pelo afro.           Al llegar a su ciudad, lejos de la costa y del olor a playa, much

Construyendo un adulto: fotograma 2

 


Durante su infancia, Lara aprendió que saltarse las normas, la mayoría de las veces, no tiene consecuencias.


Un sábado por la mañana, Lara fue con sus padres al recién inaugurado Galerías Preciados de su ciudad. Le encantaban las escaleras metálicas. Se sintió orgullosa la primera vez que consiguió ascender sin darle la mano a su madre ni sujetarse al pasamanos recubierto de goma negra.

Después de un par de horas hojeando libros, mirando ropa y apreciando menaje del hogar, consiguió convencer a sus padres para que le compraran un estuche nuevo para el colegio. Después, fueron a una confitería cercana a por pasteles. Lara esperaba de pie junto a sus padres frente al mostrador lleno de pasteles y chucherías. Sus progenitores charlaban con el dependiente. Era difícil oír lo que decían porque sus bocas estaban muy por encima de la cabeza de la pequeña. Se había decidido por un pastelito de chocolate y aguardaba, como su madre le había enseñado, a que “los mayores” terminaran de hablar.

Lara se impacientaba. Miraba desesperada a su alrededor con la esperanza de encontrar algo que la distrajera. Sus ojos se posaron en la puerta de entrada junto a ella. En el umbral había un niño que rondaría su edad, unos seis años. No llevaba zapatos ni calcetines y estaba muy sucio. Se miraron a los ojos. El chiquillo se acercó a una jarra de cristal llena de Chupa-Chups, metió la mano, agarró uno de los caramelos y se lo metió en el bolsillo. Después se quedó de pie frente a ella, le sonrió y salió de la tienda corriendo. La niña nunca se lo contó a nadie. Sabía que eso era robar y que le habían dicho que estaba mal. Había visto en las noticias y en las películas que los robos son terribles; violentos, a veces. Lo que ella había presenciado no se asemejaba a un robo. Le pareció un niño simpático e imaginó que podrían ser amigos.

Fue así como muchos años después, Lara conseguiría ascender en el mundo laboral.

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